Un itinerario a seguir
Vivimos, en un mundo en donde no se asumen compromisos de larga du
ración, se pasa de una experiencia a otra, sin ahondar en ninguna de ellas. En un mundo así en el que todo es fácil y no hay lugar para el sacrificio, ni para la renuncia, ni para otros valores, todo esto, tiende a desembocar en una mentalidad permisiva y facilista. La satisfacción inmediata esquiva todo aquello que exige constancia, abnegación y renuncia. Una formación que permite todos los gustos y satisfacciones, evite los conflictos, trate a toda costa de obviar lo desagradable, difícil y costoso, no estaría generando las actitudes necesarias para enfrentar las cruces de la vida.
Montfort nos dice que es imposible, seguir a Jesucristo y unirse a él sin unirse a la Cruz; imposible trabajar con Él en la salvación del mundo sin compartir su Cruz. La Cruz está profundamente asociada con la mortificación y la lucha ascética; la abnegación y el anonadamiento, que se transforman en triunfo y exaltación. Al describir los padecimientos de Cristo, Montfort subraya la causa o sentido de los mismos: el amor a los hombres. Por ellos camina hacia la cruz, se desposa con la cruz (ASE 170), se clava en la cruz (ASE 172). La frase: “Jamás Jesús sin la cruz ni la cruz sin Jesús” (ASE 172) expresa en forma significativa esa solidaridad. Dios llegando en Jesucristo a todo hombre que sufre y carga con su cruz, le ofrece la posibilidad de hacer frente a la prueba y, de humanizar la vida en el crisol mismo del sufrimiento.
El P. De Montfort no quiere que perdamos la oportunidad de entrar en la profundidad del misterio de la cruz. No se trata de buscar la cruz como cruz, sino la cruz como Sabiduría; porque la Sabiduría es la Cruz y la Cruz es la Sabiduría (ASE 180): la cruz asumida en el amor es sabiduría, es entrar en el movimiento redentor de la Sabiduría ( Jn 13,1). Dios no se guardó su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros (ver Rm 8,32.39; Jn 3,16) para reconciliar al mundo en él (ver 2 Co 5,18-19): es así como «por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que, fuera del Evangelio, nos envuelve en absoluta oscuridad» (GS 22).
En Montfort, el itinerario de la cruz y el de la encarnación pueden ser contemplados alternativamente como el gran misterio de Cristo salvador del hombre. Al optar por la encarnación, el Verbo optó de una manera libre y por un estado de sufrimiento, y se ubicó voluntariamente en un estado de cruz. Dios escogió la cruz para salvar al hombre. En este sentido, la espiritualidad de la cruz en san Luís María de Montfort se comprende a partir del mensaje evangélico que él tanto proclamó: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo» (Lc 9,23 //Mt 16,24; AC 13).
Camino de perfección cristiana:
1. Aspirar a la santidad: "el que quiera venirse conmigo"
Montfort nos dice que el que quiera aspirar a la santidad debe manifestar una profunda voluntad y libertad interior. Sin voluntad y libertad interior no hay “compromiso válido”.Para ser libre hay que hacer un camino de liberación personal de todo cuanto nos ata interiormente. Personas liberadas de sus propios apegos, dependencias y condicionamientos son las que están en condiciones de enfrentar las dificultades y tentaciones que se les presentarán en el futuro y de descartar tantas propuestas fáciles que les hace la sociedad de consumo.
Para esto, es necesario, una actitud firme, sincera y resuelta, para sacrificarlo todo, emprenderlo todo y padecerlo todo por Jesucristo. Seguir a Jesús significa muchas veces no sólo dejar las ocupaciones y romper los lazos que hay en el mundo, sino también distanciarse de la agitación en que se encuentra. No todos son capaces de hacer esa ruptura radical. Por esto, la primera tierra que hay que pisar es la tierra sagrada de la propia historia. Conocernos. Conocer nuestras fortalezas y nuestras limitaciones; aprender a reconocer la multitud de voces que nos llegan de dentro; saber poner nombre a lo que sentimos e ir desarrollando la capacidad de discernir e integrar la vocación a la cual el Señor nos llama.
2. en dominarse: "que se niegue a si mismo"
El “negarse a sí mismo” hace referencia a las exigencias del bautismo y al contrato de alianza con Dios. En el acompañamiento, la perseverancia tiene mucho que ver con la capacidad de vaciarse o de renunciar, de negarse a sí mismo. Vale decir: el narcisismo es la antítesis de lo que se necesita para una entrega de sí hasta el final, hasta dar la vida. Aquí nos enfrentamos con una de las características más propias de la cultura postmoderna: el narcisismo y el subjetivismo. El narcisismo y subjetivismo - que nos centran en nosotros mismos y hacen del propio y pequeño “ego” el criterio último de todo - impiden llegar hasta dar la vida por algo que caiga fuera del propio interés. Si no se acepta cordialmente y si no se vive bien esta “renuncia a sí mismo”, no se puede “tomar la cruz”. Por algo Jesús asocia siempre las dos cosas ( Mateo 16, 24 ).
El que “renuncia a sí mismo”, se despoja del «hombre viejo», (VD 221) muriendo a sí mismo todos los días (VD 81) por la práctica valerosa de la «mortificación universal y continua” (ASE 196). Renunciar a sí mismo es sobre todo, renunciar al amor propio, y no enorgullecerse de las cruces que carga (AC 48) ni lamentarse de las tentaciones o de las caídas (AC 46). Más aún, Cristo asocia progresivamente al cristiano a su propia cruz de múltiples maneras: dolores, enfermedades, penas espirituales, sequedades, incomprensión de los parientes y de los amigos. (ver AC 18).
En la formación el gran riesgo, la gran tentación, es estar lleno de sí mismo. De allí que sea importante en todas las etapas de formación tener una profunda experiencia comunitaria, tener contacto con el mundo a través de experiencias fuertes de servicio social y pastoral que oriente a los jóvenes a descentrarse del “pequeño ego”, para centrarse en Dios y en su Reino. Jesús vino a servir y dar la vida. Vivió sirviendo. Murió ofreciendo su vida, entregándola libremente. Vivió y murió sin resentimientos ni amarguras. Su talante reflejó la paz, la serenidad y la alegría que tenía en el fondo del corazón.
Con todo, es necesario una cierta ascesis y un cierto autodominio. Esta ascesis nos capacita para la solidaridad: la abstención y dominio de nuestros deseos nos permite escuchar los deseos de los demás. La ascesis nos da libertad para no ser dependientes de las cosas y vivir con lo esencial. Cuanto más vivimos en Dios, menos somos nosotros el centro y menos necesitamos las cosas y más receptivos estamos a los demás. Si nos descentramos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, Él, entonces, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.
3. en padecer: "que cargue con su cruz"
Vivimos, en un mundo en donde no se asumen compromisos de larga du

Montfort nos dice que es imposible, seguir a Jesucristo y unirse a él sin unirse a la Cruz; imposible trabajar con Él en la salvación del mundo sin compartir su Cruz. La Cruz está profundamente asociada con la mortificación y la lucha ascética; la abnegación y el anonadamiento, que se transforman en triunfo y exaltación. Al describir los padecimientos de Cristo, Montfort subraya la causa o sentido de los mismos: el amor a los hombres. Por ellos camina hacia la cruz, se desposa con la cruz (ASE 170), se clava en la cruz (ASE 172). La frase: “Jamás Jesús sin la cruz ni la cruz sin Jesús” (ASE 172) expresa en forma significativa esa solidaridad. Dios llegando en Jesucristo a todo hombre que sufre y carga con su cruz, le ofrece la posibilidad de hacer frente a la prueba y, de humanizar la vida en el crisol mismo del sufrimiento.
El P. De Montfort no quiere que perdamos la oportunidad de entrar en la profundidad del misterio de la cruz. No se trata de buscar la cruz como cruz, sino la cruz como Sabiduría; porque la Sabiduría es la Cruz y la Cruz es la Sabiduría (ASE 180): la cruz asumida en el amor es sabiduría, es entrar en el movimiento redentor de la Sabiduría ( Jn 13,1). Dios no se guardó su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros (ver Rm 8,32.39; Jn 3,16) para reconciliar al mundo en él (ver 2 Co 5,18-19): es así como «por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que, fuera del Evangelio, nos envuelve en absoluta oscuridad» (GS 22).
En Montfort, el itinerario de la cruz y el de la encarnación pueden ser contemplados alternativamente como el gran misterio de Cristo salvador del hombre. Al optar por la encarnación, el Verbo optó de una manera libre y por un estado de sufrimiento, y se ubicó voluntariamente en un estado de cruz. Dios escogió la cruz para salvar al hombre. En este sentido, la espiritualidad de la cruz en san Luís María de Montfort se comprende a partir del mensaje evangélico que él tanto proclamó: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo» (Lc 9,23 //Mt 16,24; AC 13).
Camino de perfección cristiana:
1. Aspirar a la santidad: "el que quiera venirse conmigo"
Montfort nos dice que el que quiera aspirar a la santidad debe manifestar una profunda voluntad y libertad interior. Sin voluntad y libertad interior no hay “compromiso válido”.Para ser libre hay que hacer un camino de liberación personal de todo cuanto nos ata interiormente. Personas liberadas de sus propios apegos, dependencias y condicionamientos son las que están en condiciones de enfrentar las dificultades y tentaciones que se les presentarán en el futuro y de descartar tantas propuestas fáciles que les hace la sociedad de consumo.
Para esto, es necesario, una actitud firme, sincera y resuelta, para sacrificarlo todo, emprenderlo todo y padecerlo todo por Jesucristo. Seguir a Jesús significa muchas veces no sólo dejar las ocupaciones y romper los lazos que hay en el mundo, sino también distanciarse de la agitación en que se encuentra. No todos son capaces de hacer esa ruptura radical. Por esto, la primera tierra que hay que pisar es la tierra sagrada de la propia historia. Conocernos. Conocer nuestras fortalezas y nuestras limitaciones; aprender a reconocer la multitud de voces que nos llegan de dentro; saber poner nombre a lo que sentimos e ir desarrollando la capacidad de discernir e integrar la vocación a la cual el Señor nos llama.
2. en dominarse: "que se niegue a si mismo"
El “negarse a sí mismo” hace referencia a las exigencias del bautismo y al contrato de alianza con Dios. En el acompañamiento, la perseverancia tiene mucho que ver con la capacidad de vaciarse o de renunciar, de negarse a sí mismo. Vale decir: el narcisismo es la antítesis de lo que se necesita para una entrega de sí hasta el final, hasta dar la vida. Aquí nos enfrentamos con una de las características más propias de la cultura postmoderna: el narcisismo y el subjetivismo. El narcisismo y subjetivismo - que nos centran en nosotros mismos y hacen del propio y pequeño “ego” el criterio último de todo - impiden llegar hasta dar la vida por algo que caiga fuera del propio interés. Si no se acepta cordialmente y si no se vive bien esta “renuncia a sí mismo”, no se puede “tomar la cruz”. Por algo Jesús asocia siempre las dos cosas ( Mateo 16, 24 ).
El que “renuncia a sí mismo”, se despoja del «hombre viejo», (VD 221) muriendo a sí mismo todos los días (VD 81) por la práctica valerosa de la «mortificación universal y continua” (ASE 196). Renunciar a sí mismo es sobre todo, renunciar al amor propio, y no enorgullecerse de las cruces que carga (AC 48) ni lamentarse de las tentaciones o de las caídas (AC 46). Más aún, Cristo asocia progresivamente al cristiano a su propia cruz de múltiples maneras: dolores, enfermedades, penas espirituales, sequedades, incomprensión de los parientes y de los amigos. (ver AC 18).
En la formación el gran riesgo, la gran tentación, es estar lleno de sí mismo. De allí que sea importante en todas las etapas de formación tener una profunda experiencia comunitaria, tener contacto con el mundo a través de experiencias fuertes de servicio social y pastoral que oriente a los jóvenes a descentrarse del “pequeño ego”, para centrarse en Dios y en su Reino. Jesús vino a servir y dar la vida. Vivió sirviendo. Murió ofreciendo su vida, entregándola libremente. Vivió y murió sin resentimientos ni amarguras. Su talante reflejó la paz, la serenidad y la alegría que tenía en el fondo del corazón.
Con todo, es necesario una cierta ascesis y un cierto autodominio. Esta ascesis nos capacita para la solidaridad: la abstención y dominio de nuestros deseos nos permite escuchar los deseos de los demás. La ascesis nos da libertad para no ser dependientes de las cosas y vivir con lo esencial. Cuanto más vivimos en Dios, menos somos nosotros el centro y menos necesitamos las cosas y más receptivos estamos a los demás. Si nos descentramos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, Él, entonces, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.
3. en padecer: "que cargue con su cruz"
Montfort nos dice que padecer por padecer no tiene sentido. Lo importante es caminar en pos de Jesucristo, cargar la cruz como él llevó la suya. Para Montfort la «cruz» significa todo lo que se desprende de la opción por Cristo, escribe a su hermana Guyonne Jeanne: “ Si conocieras en detalle mis cruces y humillaciones, dudo que tuvieras tantas ansias de verme. En efecto, no puedo llegar a ninguna parte sin hacer partícipes de mi cruz a mis mejores amigos, frecuentemente a pesar mío y a pesar suyo. Todo el que se declara en mi favor, tiene que sufrir por ello [...]. Siempre alerta, siempre sobre espinas, siempre sobre guijarros afilados, me encuentro como una pelota en juego: tan pronto como la arrojan de un lado, ya la rechazan del otro, golpeándola con violencia.” (C 26).
Para san Luís María de Montfort, la cruz voluntaria más preciosa y dichosa de todas, es la pobreza voluntaria. Esta pobreza de espíritu, un anonadamiento total, es la finalidad de la consagración. Ella está a la base también de la insistencia de Montfort sobre la virtud de la obediencia. El orgullo, el amor de sí mismo, la soberbia son ejemplos de riqueza diabólica que impide la obediencia. El espíritu de pobreza exige también una preocupación personal por los pobres que son Jesucristo mismo. El amor de los pobres, la identificación con los sin techo caracterizarán la vida de san Luís María de Montfort y una gran insistencia en su espiritualidad, que resulta de su amor por la Sabiduría, Jesús crucificado.
Montfort nos dice, que el amor al Crucificado nos abre a los dones del Espíritu Santo: “ ya saben que son templos vivos del Espíritu Santo, y que como piedras vivas, han de ser construidos por el Dios del amor en el templo de la Jerusalén celestial. Pues bien, dispónganse para ser tallados, cortados y cincelados por el martillo de la Cruz. De otro modo, permanecerían como piedras toscas, que no sirven para nada, que se desprecian y se arrojan fuera. ¡Guárdense de resistir al martillo que los golpea! ¡Cuidado con oponerse al cincel que los talla y a la mano que los pule! Es posible que ese hábil y amoroso arquitecto quiera hacer de ustedes una de las piedras principales de su edificio eterno, y una de las figuras más hermosas de su reino celestial. Déjenle actuar en ustedes: él los ama, sabe lo que hace, tiene experiencia, cada uno de sus golpes son acertados y amorosos, nunca los da en falso, a no ser que su falta de paciencia los haga inútiles”[1] . Esto quiere decir, que el que se proponga vivir la propuesta del evangelio no le faltarán las dificultades, cruces, incomprensiones y, persecuciones en lo cotidiano de la vida: “Aprovechen los pequeños sufrimientos más que de los grandes... Si se diera el caso de que pudiéramos elegir nuestras cruces, optemos por las más pequeñas y carentes de brillo, frente a otras más grandes y llamativas”[2].
4. en comprometerse con Jesucristo: "y me siga".
En el acompañamiento hay que ayudar a que el formando discierna si de verdad la persona de Jesucristo es su tesoro. Jesucristo con todo lo que Él es: su palabra, su mensaje, su causa, su Reino, sus pobres... Si puede llegar a afirmar que Él puede llenar sus necesidades afectivas. Que sólo Dios basta. En este sentido, Montfort insiste en la necesidad de un auténtico deseo de ser un discípulo del Señor crucificado: «existe una multitud de insensatos y perezosos que tienen millares de deseos, o mejor, de veleidades por el bien, que no les impelen apartarse del pecado ni hacerse violencia, y por lo mismo, son ineficaces y engañosos, matan y conducen a la condenación» (ASE 182). La distinción entre el deseo y la veleidad es clara. Si deseamos ardientemente estar unidos a Cristo, deseamos también ardientemente tomar todos los medios necesarios para lograr este objetivo. En consecuencia, “los que son del Mesías, la Sabiduría encarnada, han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos (Gal 5,24), llevan ahora y siempre en su persona la muerte de Jesús, se hacen violencia continuamente, llevan su cruz todos los días.” (ASE 194). Aún más: ya que Dios nos ha dado todo su ser dándonos a Jesús, nuestra correspondencia debe ser también un abandono total y amoroso: “La Sabiduría exige para comunicarse una mortificación universal y continua, valerosa y discreta. No se contenta con una mortificación a medias y de pocos días” (ASE 196).
Es necesario, por tanto, formarnos y formar para despertar en nosotros mismos y en los demás la pasión, el ardor por Cristo y por la humanidad. La formación monfortiana debe desembocar en un compromiso existencial (pasión) por la humanidad, particularmente por la "humanidad crucificada", por los pequeños, los pobres, los que sufren, los excluidos y los más necesitados, como lugares en los que somos llamados a contemplar el rostro viviente de Cristo. En la medida en que la Iglesia, por su enseñanza y el testimonio de los cristianos, se coloca deliberadamente al lado de los pobres, da nuevo vigor al mensaje de la cruz, para ella misma y para el mundo. Una devoción a la cruz que llegara a replegar al cristiano sobre sí mismo sería siempre una relación mutilada o falsa. Por el contrario, la devoción al crucificado que nos abre a la miseria humana y suscita el compromiso social y político como manifestación de la presencia actual de Cristo salvador y liberador en el corazón de la miseria le devuelve su sentido a la cruz de Jesús sobre el mundo.
La cruz: camino en el acompañamiento montfortiano
En la formación deberíamos preguntarnos si hemos cultivado y descubierto la felicidad de ser sencillos y austeros, de “necesitar de poco”, de contentarnos con lo necesario, de sentirnos liberados de tantos condicionamientos y necesidades artificiales. Si los medios que utilizamos son sencillos. Si el contexto en el que vivimos y la gente con la que nos relacionamos es pobre, sencilla, austera. La capacidad de sacrificio y de perseverar en lo arduo y difícil tiene mucho que ver con el amor. Con la capacidad de amar y con el amor concreto que se tenga por alguien. Pablo decía: “el amor todo lo soporta”, (1 Cor 13,7). El amor permite perseverar en el esfuerzo sin amarguras, con alegría, y a la vez despierta una capacidad de aguantar y de hacer esfuerzos (una resistencia) insospechada.
En el proceso formativo, Jesús mismo invita a sus discípulos a cargar la cruz y nunca disimula las exigencias de su seguimiento. La posibilidad de sucumbir bajo su peso y de abandonar el camino está siempre presente. Se nos pide una perseverancia que al mismo tiempo es un don. Aunque parezca extraño y paradójico hay una felicidad, una alegría asociada a este “mantenerse firmes” hasta el final. El esfuerzo, empeño y sacrificio que estemos dispuestos a hacer para conseguir algo estará en relación con la claridad de las motivaciones. Sabemos bien que éste es un trabajo de nunca acabar. Siempre debemos estar profundizando y purificando nuestras motivaciones. Pero es su autenticidad y profundidad la que, posibilita que sigamos adelante o no.
La formación debe llevar a descubrir la alegría que brota de la entrega generosa y desinteresada; del servicio humilde y gratuito. En este descubrimiento está el secreto de poder ser feliz mientras se hacen cosas que cuestan, que exigen sacrificios. Este servicio no debe estar motivado por lo que se pueda recibir a cambio: sea dinero, reconocimiento, cariño, aceptación. Debe ser un servicio hecho por amor. La alegría personal radica en el bien del otro, en ver felices a los demás. En el acompañamiento debe hacerse la experiencia de que es verdad lo que dijo el Señor: “hay más felicidad en dar que en recibir”, ( Hechos 20,35 ); y que “Dios ama al que da con alegría”, ( 2 Cor 9,7 ).
En la formación también debe experimentarse que la propia vida es fecunda, que la entrega tiene sentido, la misión vale la pena, que nuestra consagración ofrece múltiples cauces para sembrar el bien, la justicia y la paz, para anunciar a Jesucristo como portador de sentido para la vida de tantos y tantas...
Ya desde la formación inicial debe experimentarse que la relación personal con Jesús produce “vida en abundancia” en cada uno de nosotros; y que anunciar y hacer presente a Jesús es ofrecer y sembrar “vida en abundancia” donde estemos y por donde pasemos, hagamos lo que hagamos. Aún en las etapas de más desierto y soledad se debe experimentar el valor “apostólico” de la oración y el sentido redentor de las cosas más sencillas y cotidianas. Lo que permitirá que se hagan todas las renuncias que sean necesarias, y se hagan con alegría, es haber descubierto que el propio tesoro es Dios. Nadie será feliz por el mero hecho de renunciar a algo, sobre todo cuando lo que se deja es algo bueno y valioso. La felicidad resulta de haber descubierto el tesoro: “El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre lo vuelve a esconder y, de tanta alegría, vende todo lo que tiene para comprar el campo”, ( Mateo 13,44 ).
Por último, el factor que nos permite permanecer firmes y alegres en medio de las dificultades, aquello que hace que perseveremos con paciencia en medio de las pruebas y/o de la rutina de la vida, el secreto que nos permite ser fieles a los compromisos públicamente asumidos aunque nos toque experimentar la cruz, es la relación personal con Jesucristo. Sólo un vínculo estrecho y afectivo con Él, experimentar que nuestra vida se transforma cada día más en Él y cultivar una relación de “enamoramiento” con Él puede ser la fuente de una resistencia o aguante que humanice. Me atrevo a decir que cualquier otra motivación para perseverar, separada de este tipo de vínculo con Jesús, es puro voluntarismo; esconde el miedo a perder las seguridades que brinda la comunidad; deriva de una falta de libertad interior para comenzar de nuevo.
La cruz: camino de acompañamiento Montfortiano:
Reflexión 1:
* Poner a los jóvenes a discernir ¿cuál es su cruz más profunda?
* ¿Con qué actitudes he asumido la Cruz? Rechazo, gusto, carga, fortaleza…
* ¿Cómo cada uno ha podido ir superando las crisis que le tocó vivir a lo largo de la vida?. ¿En qué me apoyé?, ¿Qué aspecto me salvó?, ¿Qué me hizo reaccionar?, ¿ Qué movió en mí alguna persona o situación y me ayudó a salir?, ¿Qué se movió en mí para que yo saliera de la situación difícil?.
* ¿Qué es lo que yo siento frente a tantas crisis y abandonos en el seguimiento de Cristo? ¿Cómo me sitúo frente a ello? Tratar de sacar los sentimientos, preguntas, dudas, miedos... que suscita en cada uno este hecho.
Reflexión 2:
Ø Destacar cuál ha sido el texto bíblico que más me ha ayudado en mi proceso formativo en cuanto a fidelidad, me ha aportado luz en los momentos difíciles y me ha ayudado a encontrar tanto consuelo como elementos para interpretar las crisis que me ha tocado vivir?
Ø ¿Qué es lo que más me ha ayudado a formar para la perseverancia? Experiencias, situaciones, herramientas, etc.
Ø ¿Qué me ha ayudado a ser feliz en medio de la persecución, del dolor, de la rutina y de las incomprensiones? Personas, situaciones, Instrumentos, etc.
Ø Describir cuáles son los elementos ( medios, herramientas ) en nuestra cultura, que favorecen una fidelidad gozosa y creativa?
Ø ¿Cuáles han sido las experiencias que te han ayudado a armonizar bien en tu vida “felicidad” y “sacrificio” (cruz, dolor, frustración...)? ¿Cómo ha sido? ¿Podrías compartirlo? ¿Qué te ayudó a hacerlo?
Ø ¿Cómo he abrazado, mis propias limitaciones como una forma de unirme a la cruz de Cristo?
Ø ¿Hay algún cambio que Cristo quiera en mi vida y que en conciencia deba hacer, pero no lo hago por miedo al sacrificio? ¿Estoy dispuesto a hacerlo?
Para san Luís María de Montfort, la cruz voluntaria más preciosa y dichosa de todas, es la pobreza voluntaria. Esta pobreza de espíritu, un anonadamiento total, es la finalidad de la consagración. Ella está a la base también de la insistencia de Montfort sobre la virtud de la obediencia. El orgullo, el amor de sí mismo, la soberbia son ejemplos de riqueza diabólica que impide la obediencia. El espíritu de pobreza exige también una preocupación personal por los pobres que son Jesucristo mismo. El amor de los pobres, la identificación con los sin techo caracterizarán la vida de san Luís María de Montfort y una gran insistencia en su espiritualidad, que resulta de su amor por la Sabiduría, Jesús crucificado.
Montfort nos dice, que el amor al Crucificado nos abre a los dones del Espíritu Santo: “ ya saben que son templos vivos del Espíritu Santo, y que como piedras vivas, han de ser construidos por el Dios del amor en el templo de la Jerusalén celestial. Pues bien, dispónganse para ser tallados, cortados y cincelados por el martillo de la Cruz. De otro modo, permanecerían como piedras toscas, que no sirven para nada, que se desprecian y se arrojan fuera. ¡Guárdense de resistir al martillo que los golpea! ¡Cuidado con oponerse al cincel que los talla y a la mano que los pule! Es posible que ese hábil y amoroso arquitecto quiera hacer de ustedes una de las piedras principales de su edificio eterno, y una de las figuras más hermosas de su reino celestial. Déjenle actuar en ustedes: él los ama, sabe lo que hace, tiene experiencia, cada uno de sus golpes son acertados y amorosos, nunca los da en falso, a no ser que su falta de paciencia los haga inútiles”[1] . Esto quiere decir, que el que se proponga vivir la propuesta del evangelio no le faltarán las dificultades, cruces, incomprensiones y, persecuciones en lo cotidiano de la vida: “Aprovechen los pequeños sufrimientos más que de los grandes... Si se diera el caso de que pudiéramos elegir nuestras cruces, optemos por las más pequeñas y carentes de brillo, frente a otras más grandes y llamativas”[2].
4. en comprometerse con Jesucristo: "y me siga".
En el acompañamiento hay que ayudar a que el formando discierna si de verdad la persona de Jesucristo es su tesoro. Jesucristo con todo lo que Él es: su palabra, su mensaje, su causa, su Reino, sus pobres... Si puede llegar a afirmar que Él puede llenar sus necesidades afectivas. Que sólo Dios basta. En este sentido, Montfort insiste en la necesidad de un auténtico deseo de ser un discípulo del Señor crucificado: «existe una multitud de insensatos y perezosos que tienen millares de deseos, o mejor, de veleidades por el bien, que no les impelen apartarse del pecado ni hacerse violencia, y por lo mismo, son ineficaces y engañosos, matan y conducen a la condenación» (ASE 182). La distinción entre el deseo y la veleidad es clara. Si deseamos ardientemente estar unidos a Cristo, deseamos también ardientemente tomar todos los medios necesarios para lograr este objetivo. En consecuencia, “los que son del Mesías, la Sabiduría encarnada, han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos (Gal 5,24), llevan ahora y siempre en su persona la muerte de Jesús, se hacen violencia continuamente, llevan su cruz todos los días.” (ASE 194). Aún más: ya que Dios nos ha dado todo su ser dándonos a Jesús, nuestra correspondencia debe ser también un abandono total y amoroso: “La Sabiduría exige para comunicarse una mortificación universal y continua, valerosa y discreta. No se contenta con una mortificación a medias y de pocos días” (ASE 196).
Es necesario, por tanto, formarnos y formar para despertar en nosotros mismos y en los demás la pasión, el ardor por Cristo y por la humanidad. La formación monfortiana debe desembocar en un compromiso existencial (pasión) por la humanidad, particularmente por la "humanidad crucificada", por los pequeños, los pobres, los que sufren, los excluidos y los más necesitados, como lugares en los que somos llamados a contemplar el rostro viviente de Cristo. En la medida en que la Iglesia, por su enseñanza y el testimonio de los cristianos, se coloca deliberadamente al lado de los pobres, da nuevo vigor al mensaje de la cruz, para ella misma y para el mundo. Una devoción a la cruz que llegara a replegar al cristiano sobre sí mismo sería siempre una relación mutilada o falsa. Por el contrario, la devoción al crucificado que nos abre a la miseria humana y suscita el compromiso social y político como manifestación de la presencia actual de Cristo salvador y liberador en el corazón de la miseria le devuelve su sentido a la cruz de Jesús sobre el mundo.
La cruz: camino en el acompañamiento montfortiano
En la formación deberíamos preguntarnos si hemos cultivado y descubierto la felicidad de ser sencillos y austeros, de “necesitar de poco”, de contentarnos con lo necesario, de sentirnos liberados de tantos condicionamientos y necesidades artificiales. Si los medios que utilizamos son sencillos. Si el contexto en el que vivimos y la gente con la que nos relacionamos es pobre, sencilla, austera. La capacidad de sacrificio y de perseverar en lo arduo y difícil tiene mucho que ver con el amor. Con la capacidad de amar y con el amor concreto que se tenga por alguien. Pablo decía: “el amor todo lo soporta”, (1 Cor 13,7). El amor permite perseverar en el esfuerzo sin amarguras, con alegría, y a la vez despierta una capacidad de aguantar y de hacer esfuerzos (una resistencia) insospechada.
En el proceso formativo, Jesús mismo invita a sus discípulos a cargar la cruz y nunca disimula las exigencias de su seguimiento. La posibilidad de sucumbir bajo su peso y de abandonar el camino está siempre presente. Se nos pide una perseverancia que al mismo tiempo es un don. Aunque parezca extraño y paradójico hay una felicidad, una alegría asociada a este “mantenerse firmes” hasta el final. El esfuerzo, empeño y sacrificio que estemos dispuestos a hacer para conseguir algo estará en relación con la claridad de las motivaciones. Sabemos bien que éste es un trabajo de nunca acabar. Siempre debemos estar profundizando y purificando nuestras motivaciones. Pero es su autenticidad y profundidad la que, posibilita que sigamos adelante o no.
La formación debe llevar a descubrir la alegría que brota de la entrega generosa y desinteresada; del servicio humilde y gratuito. En este descubrimiento está el secreto de poder ser feliz mientras se hacen cosas que cuestan, que exigen sacrificios. Este servicio no debe estar motivado por lo que se pueda recibir a cambio: sea dinero, reconocimiento, cariño, aceptación. Debe ser un servicio hecho por amor. La alegría personal radica en el bien del otro, en ver felices a los demás. En el acompañamiento debe hacerse la experiencia de que es verdad lo que dijo el Señor: “hay más felicidad en dar que en recibir”, ( Hechos 20,35 ); y que “Dios ama al que da con alegría”, ( 2 Cor 9,7 ).
En la formación también debe experimentarse que la propia vida es fecunda, que la entrega tiene sentido, la misión vale la pena, que nuestra consagración ofrece múltiples cauces para sembrar el bien, la justicia y la paz, para anunciar a Jesucristo como portador de sentido para la vida de tantos y tantas...
Ya desde la formación inicial debe experimentarse que la relación personal con Jesús produce “vida en abundancia” en cada uno de nosotros; y que anunciar y hacer presente a Jesús es ofrecer y sembrar “vida en abundancia” donde estemos y por donde pasemos, hagamos lo que hagamos. Aún en las etapas de más desierto y soledad se debe experimentar el valor “apostólico” de la oración y el sentido redentor de las cosas más sencillas y cotidianas. Lo que permitirá que se hagan todas las renuncias que sean necesarias, y se hagan con alegría, es haber descubierto que el propio tesoro es Dios. Nadie será feliz por el mero hecho de renunciar a algo, sobre todo cuando lo que se deja es algo bueno y valioso. La felicidad resulta de haber descubierto el tesoro: “El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre lo vuelve a esconder y, de tanta alegría, vende todo lo que tiene para comprar el campo”, ( Mateo 13,44 ).
Por último, el factor que nos permite permanecer firmes y alegres en medio de las dificultades, aquello que hace que perseveremos con paciencia en medio de las pruebas y/o de la rutina de la vida, el secreto que nos permite ser fieles a los compromisos públicamente asumidos aunque nos toque experimentar la cruz, es la relación personal con Jesucristo. Sólo un vínculo estrecho y afectivo con Él, experimentar que nuestra vida se transforma cada día más en Él y cultivar una relación de “enamoramiento” con Él puede ser la fuente de una resistencia o aguante que humanice. Me atrevo a decir que cualquier otra motivación para perseverar, separada de este tipo de vínculo con Jesús, es puro voluntarismo; esconde el miedo a perder las seguridades que brinda la comunidad; deriva de una falta de libertad interior para comenzar de nuevo.
La cruz: camino de acompañamiento Montfortiano:
Reflexión 1:
* Poner a los jóvenes a discernir ¿cuál es su cruz más profunda?
* ¿Con qué actitudes he asumido la Cruz? Rechazo, gusto, carga, fortaleza…
* ¿Cómo cada uno ha podido ir superando las crisis que le tocó vivir a lo largo de la vida?. ¿En qué me apoyé?, ¿Qué aspecto me salvó?, ¿Qué me hizo reaccionar?, ¿ Qué movió en mí alguna persona o situación y me ayudó a salir?, ¿Qué se movió en mí para que yo saliera de la situación difícil?.
* ¿Qué es lo que yo siento frente a tantas crisis y abandonos en el seguimiento de Cristo? ¿Cómo me sitúo frente a ello? Tratar de sacar los sentimientos, preguntas, dudas, miedos... que suscita en cada uno este hecho.
Reflexión 2:
Ø Destacar cuál ha sido el texto bíblico que más me ha ayudado en mi proceso formativo en cuanto a fidelidad, me ha aportado luz en los momentos difíciles y me ha ayudado a encontrar tanto consuelo como elementos para interpretar las crisis que me ha tocado vivir?
Ø ¿Qué es lo que más me ha ayudado a formar para la perseverancia? Experiencias, situaciones, herramientas, etc.
Ø ¿Qué me ha ayudado a ser feliz en medio de la persecución, del dolor, de la rutina y de las incomprensiones? Personas, situaciones, Instrumentos, etc.
Ø Describir cuáles son los elementos ( medios, herramientas ) en nuestra cultura, que favorecen una fidelidad gozosa y creativa?
Ø ¿Cuáles han sido las experiencias que te han ayudado a armonizar bien en tu vida “felicidad” y “sacrificio” (cruz, dolor, frustración...)? ¿Cómo ha sido? ¿Podrías compartirlo? ¿Qué te ayudó a hacerlo?
Ø ¿Cómo he abrazado, mis propias limitaciones como una forma de unirme a la cruz de Cristo?
Ø ¿Hay algún cambio que Cristo quiera en mi vida y que en conciencia deba hacer, pero no lo hago por miedo al sacrificio? ¿Estoy dispuesto a hacerlo?
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