ITINERARIO INTERIOR CON MARÍA EN EL TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN
Por: Edinson Orlando Herrera B., smm
EL CAMINO INTERIOR DE CONSAGRACIÓN
Por: Edinson Orlando Herrera B., smm
EL CAMINO INTERIOR DE CONSAGRACIÓN
VD. 119 Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar, no será igualmente comprendida por todos: algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí: será el mayor número; otros, en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán en el primer grado. ¿Quién subirá al segundo? ¿Quién llegará hasta el tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en él habitualmente? Sólo aquel a quien el Espíritu Santo de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su madurez sobre la tierra y perfección de su gloria en el cielo.
En la búsqueda de pistas para el acompañamiento montfortiano es cierto que nos encontramos con diversos itinerarios propuestos por San Luis en su experiencia y cultivo espiritual; entre ellos, encontramos este (VD 119) acerca de la consagración total en clave interior.
Aquí, nuestro fundador apela a la búsqueda de lo esencial en el proceso de todo cristiano de pertenecer voluntariamente a Jesucristo, Rey y Señor de la vida misma por manos de María santísima (Cfr. VD 1): configurarse con Cristo Jesús. Por ello, una vez comprendido el necesario papel de María en la experiencia personal cristiana (primer momento del itinerario con María), se hace útil encontrar el fundamento para una devoción práctica de perfección que encamine a cada ser humano hacia Dios y que a su vez es parte de un camino de acompañamiento propio nuestro.
El interior que ella debe formar. El ser humano no es sólo una expresión externa, es también expresión de lo que abunda en su corazón (Ver Mt 12, 34b). En consecuencia, en el proceso de encuentro con Dios, de desarrollo pleno de la humanidad del ser humano, lo que se forma es el interior de cada ser humano, el lugar en que los secretos maravillosos de la Cruz, de la Sabiduría se revelan a los preferidos (Ver ASE 174), a los que están desapegados del mundo, libres (Ver ASE 195; SA 7-8. 11-12; VD 169), en cuanto hombres capaces de vivir desligados de los bienes del mundo tanto materiales como espirituales (Ver también ASE 197). La vida interior comienza así por el conocimiento cada vez mayor y conciente de sí mismo. San Luis, desde aquí, pone las bases para una actitud real de conversión y de deseo de alcanzar la perfección del Padre del cielo en Jesús. El interior, es aquello que Dios conoce del ser humano (Cfr. Mt 6, 4-6. 17-18), y aunque sea tan secreto, nada se librará de ser revelado (Ver Mc 4, 22 y par) y, por ello, será juzgado por Dios según el Evangelio que al hombre se le predica (Cfr. Rm 2, 16). Es decir, que al acercarnos a acompañar el camino del hombre que conoce y sabe algo de Dios, del papel de María en su vida, será necesario hacer un viaje conciente hacia el interior de sí mismo, pues es ahí donde se oculta la miseria y realidad profunda, que a veces le impide la libertad en su vida ante los demás en cada hombre y mujer, así como la materia en bruto del camino hacia la plena madurez. Para este trabajo de conocimiento interior hay diversas técnicas o ayudas que San Luis da, y la sicología aporta; es importante no absolutizar ninguna como definitiva, ni “casarse” con determinado método.
Pues bien, el interior del ser humano entonces es el lugar privilegiado para la libertad plena en Dios, de su humanidad misma, es el lugar privilegiado en el que Dios habita desde el principio –en concreto desde el bautismo–, el lugar donde surge la capacidad humana de realizarse y asumir una actitud constructiva y cristiana ante su vida, sus situaciones, su realidad, para luego lanzarse a asumirla y vivirla en plenitud. El acompañamiento perfecto, como la devoción perfecta, está encaminado al interior que él debe formar.
Por ello, el acompañamiento debe incluir el retiro y la oración como parte fundamental del hombre en el cultivo de su vida interior, de donde proviene su gloria real, como en María (Ver VD 11. 196) y donde se va realizando verdaderamente la obra de la perfección (VD 196). Vale la pena entonces amar y hacer amar la vida interior[1], el lugar en que Dios habita y nos fortalece y nos va humanizando, conduciendo hacia él. Dios mismo, que allí habita da la intuición e inspiración correcta al ser humano en su cotidianidad. Desde aquí, De Fiores, tiene razón al expresar en las conclusiones de su tesis[2] que “la devoción a María es vista por Montfort como un descentrarse de sí mismo y como camino dinámico hacia Cristo y hacia la experiencia de la filiación divina.” Más adelante se ampliarán las características de esta devoción interior que Montfort nos presenta como itinerario de vida cristiana.
No obstante San Luis, advierte que en este itinerario interior en la espiritualidad vivida por el ser humano se llega a diversas maneras interpretación, según las capacidades, la fe o caprichos de los creyentes. Así, para el santo Fundador algunos se centrarán en lo exterior de su devoción (VD 116) a María, o sea en las manifestaciones visibles de devoción. Otros, por su parte, irán un poco más allá, hacia el interior, que se realiza en tres grados, hasta el más eficaz. Pero, Luis María no expresa concretamente en qué consisten estos tres grados, tan sólo refiere el tercero y lo amplía.
Ahora bien, buscando alguna pista que nos acerque e ilumine un poco sobre lo que Luis de Montfort quiere decir con los tres grados del itinerario formativo del interior de esta devoción, encontramos en el ASE (30) que existen así mismo tres grados de piedad revelados en el Eclesiástico (24, 22-23). Estos grados de piedad son constitutivos del ambiente que rodea el acompañamiento (oración, retiro), por ello son importantes a la hora de pensar en una acción eficaz que permita a los actores del acompañamiento distinguir aquello que realmente buscan:
1. Escuchar a Dios con humilde aceptación. Acción que es sencilla de ejercer a la hora de querer acercarnos al Señor, nos permite aceptar sus enseñanzas, su Palabra. Aquí se juega el creyente, la capacidad de apertura a la Voluntad de Dios en su interior, es esta la garantía que tiene el hombre de parte e Dios para nunca fracasar, pero necesita una actitud especial: la humilde aceptación, que sólo se aprende en María y la actitud misma de Jesús en su oración al Padre ante la evidente hora de su pasión. Esta característica, implica para el acompañante, tener afinado su oído a la voz de Dios en los signos de la vida de su acompañado (atenta escucha) y para el acompañado implica adentrarse en la Escucha de la voz de Dios contemplando su mensaje y actitud en su Palabra, que puede iluminar siempre su vida.
2. Obrar en él y por él con perseverante fidelidad. Esto ya exige un sacrificio mayor para el creyente, pues le pide estar atento a sus acciones, a su manera de obrar, de expresar, de realizar lo que descubre que Dios le exige constantemente. Esto es, obrar fielmente de acuerdo con la voluntad de Dios descubierta en su humilde escucha. Se pone en juego entonces, la capacidad del hombre para ser fiel con constancia y sin titubeos y para poner en práctica la Palabra de Dios, teniendo a Dios mismo como el centro y la fuente que motiva su existencia, para encaminarse a buscar agradarle a él, configurarse con él.
Este tercer grado de piedad, del cual nos habla Luis María, es el grado de piedad más perfecto, como lo es el tercer grado del interior formado por una devoción verdadera:
3. Adquirir la luz y unción necesarias para inflamar a los demás en el amor a la Sabiduría y conducirlos a la vida eterna. La experiencia de Dios, pone al ser humano, a conjugar como San Luis de Montfort (Ver C 5) su interior con lo apostólico, pues su piedad es tal, que ahora puede tener la luz y unción para hablar de Jesucristo, como ha sido acompañado, entonces, está también en capacidad de acompañar a otros, es promovido por Dios mismo al apostolado, a la misión. Como Dios embarga su corazón, le posee, ahora tiene una noticia profundamente novedosa para contar los demás. Se convierte con ello en instrumento real de Dios para continuar su obra redentora, salvífica. Aquí se refugia el carisma particular de la Compañía de María[3].
El padre de Montfort, centra nuevamente la atención en la intención y vocación fundamental, verdadera del todo creyente que “consiste en adquirir la santidad de Dios” y en razón de ello le recomienda que oriente a aquello “todos tus pensamientos, palabras y acciones, tus sufrimientos y las aspiraciones todas de tu vida. De lo contrario, haces resistencia a Dios, por no realizar aquello para lo cual te ha creado y te conserva la vida” (SM 3). El papel del acompañamiento se realiza en cuanto es para ser instrumento de santificación, de configuración con Cristo Jesús (Ver además LG 40).
Volviendo al itinerario propuesto, es el momento en que Montfort advierte en que este tercer grado de penetración en el interior de la devoción (o también del acompañamiento) es un secreto que sólo el Espíritu Santo de Jesucristo otorga.
Es el Espíritu Santo quien realiza tal obra de configuración de la persona con Cristo, no es ni el esfuerzo puramente humano del acompañado ni las capacidades o técnicas del acompañante; es la obra propia del único protagonista real del camino devocional, del camino hacia Dios: El espíritu de Jesucristo. De esta manera, quien va realizando la transformación del hombre en su Dios es Dios mismo, en su Espíritu, revelándole y haciéndole crecer en gracia, en virtud, dándole la luz necesaria para ello. De la apertura del hombre a Dios, es que él mismo puede adquirirlo en su vida y pertenecerle totalmente hasta manifestarse como un ser humano plenamente maduro en su seguimiento de Jesucristo para así acceder a su gloria en el cielo. El itinerario de santidad le exige al ser humano aspirar a su creador en su interior y permitirle que sea él quien se apropie de él en él. En consecuencia, el acompañante no puede pretender configurar a nadie con Cristo, sólo necesita la luz y unción necesarias para inflamar a su acompañado a abrirse –como él busca estarlo- a la acción del Espíritu.
Hablamos así de un camino hacia la Sabiduría, “que no se deja encasillar en un esquema predeterminado. Así tiende a concebir grandes proyectos, apunta a una perfección fuera de lo común, encuentra nuevos caminos en materia de devoción, tiene intensos deseos misioneros, se siente impelido a realizar los movimientos interiores…”[4] a la manera en que Luis de Montfort lo hace, desprendiéndose de sí mismo al ponerse por completo en las manos de María.
Este itinerario, muestra con claridad cómo Luis de Montfort logra poner desde entonces un criterio clave en el discernimiento y firme para el acompañamiento espiritual: Jesucristo es el objeto fundamental del discernimiento, puesto que en el discernimiento suyo están incluidos de algún modo todos los demás[5]. Es desde Jesús como llegan al hombre las gracias y virtudes hasta su plenitud en él (ver. Jn 1, 14-16). Por su parte, para lograr esto, el Espíritu, es el que determina el nivel del discernimiento en el acompañamiento; es decir, que ser “compañeros de camino de fe de cada ser humano” exige serlo “en Espíritu”, ser compañeros del camino en el Espíritu del acompañado mientras vamos viviendo el propio, pues el hombre espiritual es el único que puede hacer discernimiento espiritual[6] y por consiguiente, el único que puede ser acompañado o acompañante espiritual, y de esa manera, sabe o se ejercita en escuchar la voz del Espíritu que “nos ha sido dado por Cristo para que podamos entender el sentido de todo lo que nos ha comunicado Jesús con su vida y su palabra (Jn 14, 26; 15, 26); El nos conduce al conocimiento de toda la Verdad que es Cristo, y Cristo para nosotros en concreto (Jn 16, 13-15).”[7]
CARACTERÍSTICAS DE LA DEVOCIÓN INTERIOR PARA EL ACOMPAÑAMIENTO INTERIOR
Luis de Montfort comprende cómo para el hombre llamado a la santidad es necesario asociarse a María para lograr este cometido sin equívoco y, que esa asociación se realiza mediante la expresión interior, del hombre de vida interior de su devoción a esta buena madre. Así, la devoción interior se muestra de diversas maneras (VD 117) y, la última que enumera en su lista es la de “comenzar, continuar y concluir las acciones por Ella, en Ella, con ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, nuestra meta definitiva” (VD 257ss). Esta práctica o itinerario, como se le quiere comprender, es abordada por el santo recordando que posee una eficacia grande en la santificación de los que son llamados por el Espíritu Santo a una elevada perfección; lo que nos sugiere que este itinerario no es para todos, sino sólo para quienes se sienten movidos a más, para quienes encuentran que la exigencia del acontecimiento del Reino de Dios en sus vidas puede ser mayor. Este es el secreto para lanzarse a esta experiencia profunda de Dios en la que se pueda centrar la atención en el espíritu de la consagración, de la devoción, del acompañamiento y es más, perseverar en él (Ver SM 44).[8]
Obrar por María
Esto es obrar conforme al espíritu de María que es el mismo Espíritu de Dios, acudiendo a su intercesión (VD 258; SM 48), en obediencia a Ella. Es decir, aquí acompañado y acompañante, cada cristiano devoto de Ella es movido a permitir que sea el Espíritu quien guíe, gobierne la acción de Dios en su corazón, dejando acontecer la Voluntad divina manifestada por el protagonista de la misma: el Espíritu. Esto no es más que dejarse guiar por el Espíritu, como se mencionaba arriba. Así, Montfort recoge en la oración de la coronilla, recordando las palabras de San Ambrosio: “more en mi tu alma, para engrandecer al Señor, more en mi tu Espíritu para regocijarse en Dios”. Sólo el Santo Espíritu es capaz de conducir al ser humano a su plenitud, a dar gloria verdadera a su Creador, a ser feliz por experimentar a Dios continuamente en su vida, pues el Espíritu de María “es suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo” (VD 258). De esta manera, el cristiano se verá transformado poco a poco en su manera de ser, de actuar, de pensar y en los mismos frutos que su vida recoge y experimenta y, será capaz de emprender grades empresas por Dios.
Para esto, el padre de Montfort, expresa ciertas condiciones a tener presentes en el acompañamiento, que sirven para el acompañante y para el acompañado, como son: el renunciar al propio espíritu, luz y voluntad para no manchar la obra divina, entregarlo más bien al espíritu de María con expresiones como: “¡Renuncio a mí mismo y me consagro a ti, querida Madre mía!” que siempre ejercen su eficacia por el sólo hecho de decirlas y va modelando al que las dice según lo que manifiesta con su boca hasta acercarlo al espíritu de Jesús, el mismo de María. Esto es promover en el ser humano la dependencia a la voluntad y providencia eficaz de Dios que nunca falla (C 2), lo que permite al hombre hacer un camino cierto en su deseo de perfección y su realización total en Dios, que debe ser su motivación principal para este itinerario de acompañamiento.
Obrar con María
Esto es vivir en imitación a María, lo que sucede como consecuencia y profundización de lo anterior, pues se la toma como el modelo acabado de toda virtud y perfección formado por el Espíritu santo (VD 260). Aún con las limitadas capacidades personales, acompañante y acompañado son llamados a preguntarse ante las acciones a realizar: ¿cómo lo hizo o haría María? San Luis recomienda examinar y meditar las virtudes de María en especial:
1) su fe viva, por la cual creyó sin vacilar en la palabra del ángel y siguió creyendo fiel y constantemente hasta el pie de la cruz en el Calvario;
2) su humildad profunda, que la llevó siempre a ocultarse, callarse, someterse en todo y colocarse en el último lugar; lo cual le servirá para cultivar la escucha de humilde aceptación al Espíritu;
3) su pureza totalmente divina, que no ha tenido ni tendrá igual sobre la tierra. Y, finalmente, todas sus demás virtudes.
Entonces, con esto, el creyente se ve movido a abandonarse en María como en un molde que genera figuras nuevas y perfectas: hombres y mujeres portadores y reflejo de Jesús en sus vidas. No deja de recordar San Luis, cómo ha sido necesario que la persona haya renunciado al propio egoísmo, a los propios y mejores puntos de vista, anonadándose ante Dios, haciendo conciencia de la propia incapacidad para todo bien sobrenatural y para toda acción útil a la salvación propia (SM 46), que son obras de Dios, que sólo él puede realizar.
Aquí, el ser humano se une y participa de las intenciones de María y, por ende, de las de Jesucristo, aunque no las conozca; se pone en sintonía con la obra de Dios en su vida según su beneplácito y gloria.
Obrar en María
Esto es actuar en unión íntima con Ella, recogerse en el interior haciéndose la imagen espiritual de María para entrar en Ella como en el santuario donde Dios está y se puede encontrar sin ser rechazado, como en La torre de David que defiende de enemigos, como en lámpara encendida que ilumina el propio espíritu y lo inflama en el amor divino, como el único todo ante Dios y recurso universal (SM 47), como en el paraíso donde esta el verdadero árbol de vida que purifica con su aire, donde ilumina el sol borrando toda sombra, donde arde la caridad inextinguible y corre el río de la humildad que riega con sus brazos el corazón de virtudes (cardinales).
Estas imágenes las da Montfort para animarse a contemplar las maravillas y bondades de quien se sumerge en María y así estando en Ella, se aleja del pecado, del enemigo, del error; cosa que solo el Espíritu hace posible el acceso a este lugar divino para que se pueda formar Jesucristo en el hombre. Aquí se manifiesta el sello de alianza entre el devoto y su Reina, entre el acompañado y quien hace posible la acción real del espíritu en el discernimiento y el acompañamiento. Es decir, la pieza clave del itinerario hacia la perfección cristiana es la unión con María para llegar a unirse con Jesucristo.
Obrar para María
Esto es ponerse al servicio de María, lo cual le da un toque apostólico a la cercanía y unión con Ella. Todo se realiza para ella y se acompaña con expresiones como: “por ti, amada Reina mía, voy acá o allá, hago esto o aquello, sufro esta pena o aquella injuria” (SM 49). Se constituye María en la dueña nuestra, en la Reina y Señora sin que sea nuestro último fin –que lo es sólo Jesucristo- sino el más próximo para llegar a él. La actitud fundamental del creyente es la del siervo o del esclavo, pero por voluntad propia. Esto trae como consecuencia para el cristiano la capacidad para dar su vida, de emprender grandes empresas y defender a su Señora y por ello a su Señor, para gloria de Él.
El acompañamiento se constituye aquí en un camino de perfección que discierne las acciones en función del Reino de María, el de Jesucristo, el de Dios, puesto que hace al fiel compartir su experiencia divina, protegerla y defenderla buscando sólo la gloria de Dios, más no la propia.
En consecuencia, para este itinerario de acompañamiento espiritual montfortiano, será una exigencia que el acompañante mismo ya vive, o se está lanzando a vivir. Es este el itinerario de la madurez espiritual, de la búsqueda y consecución real de la santidad. Es el itinerario de los que desean profundamente la Sabiduría.
Itinerario de Vida Interior, itinerario de Configuración con Cristo.
1. Motivación esencial: Configurarse con Cristo, llegar a la madurez y plenitud espiritual, a la perfección del Padre.
2. Conocimiento interior: viaje al interior de sí mismo mediante el conocimiento conciente y continuo de sí, ayudado por la oración y el retiro. Se debe tener en cuenta en este momento:
2.1 Amar y hacer amar la vida interior: hacer conciencia de la vida interior, asumir la actitud de la conversión.
2.2 Atención a la voz del Espíritu: Hacer el camino abriendo el Corazón al Espíritu de Jesucristo, para discernir con libertad, con la eficacia del Espíritu y asumir con humilde aceptación la voluntad divina, como María.
2.3 Contemplar a Jesucristo: es él quien se convierte en el objeto de discernimiento y medio más profundo de conocimiento personal.
3. Tener presente en todo el proceso a María. Itinerario del cultivo de vida interior, de Cristo en la propia vida: Esto implica una apertura y abandono mayor a María:
2.2 Atención a la voz del Espíritu: Hacer el camino abriendo el Corazón al Espíritu de Jesucristo, para discernir con libertad, con la eficacia del Espíritu y asumir con humilde aceptación la voluntad divina, como María.
2.3 Contemplar a Jesucristo: es él quien se convierte en el objeto de discernimiento y medio más profundo de conocimiento personal.
3. Tener presente en todo el proceso a María. Itinerario del cultivo de vida interior, de Cristo en la propia vida: Esto implica una apertura y abandono mayor a María:
3.1 experimentando continuamente la necesidad de María en el corazón, en la vida toda, acudiendo a su intercesión y en obediencia a ella, de manera que el Espíritu es siempre quien guía el camino. Aquí se busca promover la experiencia de San Luis de depender / vivir a la Providencia;
3.2 contemplando sus virtudes para obrar con ella. Implica la renuncia a sí mismo;
3.3 para abandonarse en ella, unirse a ella de manera que nada pueda dañar su intención y caminar en pos de su Hijo, para no perder de vista el deseo real y profundo de configurarse con Cristo;
3.4 haciendo el propósito explícito de servir a María y por ella a Jesucristo mismo compartiendo su experiencia de Dios a los demás, llevando la Buena Noticia en la acción apostólica o misionera, hasta al acompañamiento mismo.
3.2 contemplando sus virtudes para obrar con ella. Implica la renuncia a sí mismo;
3.3 para abandonarse en ella, unirse a ella de manera que nada pueda dañar su intención y caminar en pos de su Hijo, para no perder de vista el deseo real y profundo de configurarse con Cristo;
3.4 haciendo el propósito explícito de servir a María y por ella a Jesucristo mismo compartiendo su experiencia de Dios a los demás, llevando la Buena Noticia en la acción apostólica o misionera, hasta al acompañamiento mismo.
NOTAS
[1] Esta es una actitud propia del acompañante montfortiano frente a su acompañado, y le exige ser un hombre de oración profunda, que como Montfort ame la vida interior, el retiro, la oración en su deseo propio de configuración con Cristo Jesús.
[2] Ver subsidio facilitado por Jaime Oved de De Fiores. Itinerario espiritual de San Luis María de Montfort. Capitulo conclusivo. p. 14
[3] Ibid. p. 9. De Fiores cita a Blain, quien expresa cómo Montfort habla y pide a “sus discípulos la sabiduría apostólica, como carisma particular, capaz de unificar en perspectiva misionera toda la vida.”
[4] Ibid. p. 4-5
[5] Ver RUIZ JURADO, Manuel. El discernimiento Espiritual: teología, historia, práctica. Madrid: BAC, 1994. p. 24
[6] Ver Ibid. p. 16-18
[7] Ibid. p. 24
[8] El orden de explicación que San Luis emplea para explicar su itinerario varía una vez lo aborda en el Tratado (258ss) como también cuando lo aborda en el Secreto (45-49). Aquí vemos el orden asumido por él en el Tratado.
[2] Ver subsidio facilitado por Jaime Oved de De Fiores. Itinerario espiritual de San Luis María de Montfort. Capitulo conclusivo. p. 14
[3] Ibid. p. 9. De Fiores cita a Blain, quien expresa cómo Montfort habla y pide a “sus discípulos la sabiduría apostólica, como carisma particular, capaz de unificar en perspectiva misionera toda la vida.”
[4] Ibid. p. 4-5
[5] Ver RUIZ JURADO, Manuel. El discernimiento Espiritual: teología, historia, práctica. Madrid: BAC, 1994. p. 24
[6] Ver Ibid. p. 16-18
[7] Ibid. p. 24
[8] El orden de explicación que San Luis emplea para explicar su itinerario varía una vez lo aborda en el Tratado (258ss) como también cuando lo aborda en el Secreto (45-49). Aquí vemos el orden asumido por él en el Tratado.
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