miércoles, 15 de octubre de 2008

EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL



EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
Por: Edinson Orlando Herrera Bedón, smm

Ya en el artículo sobre el acompañamiento y la dirección espiritual en la experiencia de nuestro santo Fundador encontrábamos cómo el creció en un ambiente de profundo respeto por el papel del director espiritual como gobernante la vivencia cristiana de la persona, guía. Por lo que expresaba para los miembros de la pequeña Compañía cómo debían «Obedecen a su director espiritual –que es siempre de la Compañía– en el gobierno de sus conciencias, explayando ante él su corazón como el agua, con entera confianza, no haciendo ni omitiendo nada considerable sin habérselo hecho saber y sin haber recibido su aprobación o permiso.» (RM 20)

No así, había algunos apartados de su vida que no se podía entrever su papel concreto como director o acompañante, entre ellos lo vivido en la correspondencia que tuvo con María Luisa Trichet, de la cual prácticamente no tenemos más dato que el hecho de haber sido quemada por consejo del mismo San Luis; como también la manera en que obraba para instruir a su discípulo más fiel y cercano: Maturin. Sorprende en la experiencia de Montfort, cómo él creciendo en un ambiente de dirección espiritual no se amolda del todo a ello, su deseo profundo de santidad le lleva a tomar decisiones y a una capacidad de discernimiento de las situaciones que es admirable, por encima del mismo director espiritual; es decir, que era un hombre embargado por la humildad ante Dios, tanto, que podía llevar su ritmo propio de camino hacia santidad, auspiciado ciertamente de una grandiosa experiencia espiritual de vida, oración, trabajo y estudio propios para las necesidades mismas de la misión, llegando a definir sus intuiciones misioneras en la Bretaña francesa por lo cual los misioneros seguidores de su espíritu misionero son llamados por Dios para las misiones en pos de los apóstoles pobres (Ver RM 2) buscando revelar el misterio de la salvación a quienes no lo conocen y ayudar a descubrirlo de nuevo y profundizar en él a quienes ya han escuchado la Buena Noticia, mediante una toma de conciencia renovada del sentido de su compromiso bautismal. (MH 9); sin embargo, no podemos olvidar ocasiones en que la ingenuidad y confianza de San Luis le llevaron a aprender a la fuerza sobre aquellos que le querían seguir más luego le engañaban para forjarse en él la idea de hombres llamados por Dios para las misiones.


Por consiguiente, al leer hoy a San Luis y los datos que nos da sobre el modo de acompañar desde el tinte propio implica tener presente un itinerario para quienes nos hallamos ene este recorrido dentro de la escuela de María, como lo ha señalado la Ratio última que hemos recibido:
“En la escuela de María, nuestro recorrido de formación es un itinerario específico de consagración montfortiana: comulgamos con la fe pura de María: VD 214, que nos conduce a la inteligencia del espíritu que refleja su dócil acogida y obediencia a la voluntad de Dios: Lc 1, 26…; Jn 19,25… aquí cada montfortiano se ve siempre mejor introducido en una prudente humildad y en la “libertad de aprender durante toda su existencia, a cualquier edad y en todas las estaciones de la vida, en cualquier ambiente y contexto humano, de toda persona y de toda cultura” (Partir de nuevo de Cristo, 15). Como Jesús se hizo dependiente de María en su humanidad, nosotros dependemos de ella para llegar a una humanidad renovada.

Este itinerario comprende también actitudes que hacen posible y realizable nuestro camino de formación. Las principales son:
- La Implicación entera, responsable y activa de la persona, primera responsable del proceso educativo: Jn 2,1-11
- Una actitud fundamentalmente positiva en las confrontaciones con la realidad, actitud de reconciliación y gratitud frente a su historia personal y la historia de los otros: Lc 1, 39-56.
- La Libertad interior y el deseo de dejarse “instruir a partir de todo fragmento de verdad y de belleza que haya alrededor de si” (Partir de nuevo de Cristo, 15)
- La capacidad de relación con la alteridad, es decir, de integración fecunda –activa y pasiva– de la realidad objetiva, otra y diferente de mi, hasta dejarse formar por ella: Lc 2, 33…"[1]

Esto en una actitud de conversión continua, respondiendo al llamado a ser libres, que nos conlleva a una manera de ser que nos es propia[2]. Tal itinerario espiritual permite hacerse un mejor y verdadero discípulo de Cristo en una unión e incorporación creciente y progresiva con él.[3] En este itinerario se distingue plenamente la clave hacia el acompañamiento, tanto en la experiencia del acompañante como en la del acompañado: la humildad responsable como nota actitudinal característica del proceso del acompañamiento, movidos por el deseo profundo de la Santidad, de llegar a ser perfectos como el Padre del cielo lo es.

Entonces, resulta de gran pertinencia tener en cuenta una
“atención al crecimiento humano que tendrá diferentes características según las diferentes etapas de la vida… El joven deberá ante todo probar su madurez, buscando el pleno conocimiento de si mismo en la perspectiva de una opción responsable y libre. Para ello se le ha de ayudar a descubrir su capacidad de autonomía lo mismo que sus posibilidades y sus limitaciones. Igual se hará respecto de su capacidad de relación y de colaboración con los otros. Se prestará atención muy particular a las dimensiones sicológicas y afectivas de la persona y a su capacidad de fidelidad a largo plazo”[4]

Ahora bien, ya sabiendo algunos detalles sobre las actitudes del director, que se pueden tener presentes en el acompañamiento[5] se hace necesario tratar de encontrar una definición sobre los que nos interesa en concreto: el acompañamiento espiritual, teniendo presente que Luis de Montfort, aunque creció en ambiente de Dirección, siempre logró llevar su propio ritmo, con lo que sólo se permitió dejarse acompañar y ser acompañante en cuanto a la distancia con su director y acompañados que le hizo realizarlo casi todo por correspondencia, desconociendo con certeza la experiencia de acompañamiento con los que caminó en las misiones, sus discípulos más cercanos. El acompañamiento junto con el diálogo clarificador, es comprendido hoy como una estrategia para la construcción del sentido de vida y por ello implica ser compañero de camino.[6] San Luis era un caminante, un peregrino en su hacer y su ser mismo, y desde allí asume el acompañamiento de la que sería religiosa, de los que serían siempre miembros de la Compañía de María. Por el camino les animaba y orientaba y, nada raro que en los retiros les instruyera.

De aquí pues, que el acompañamiento se base en una búsqueda, un deseo y un compromiso. La búsqueda nace en el interés por encontrar respuestas a inquietudes, por lo que el proceso se da entre la claridad y la confusión aparentes, enmarcados en una historia propia de la relación con Dios y su entorno.[7]

Así, el acompañamiento es “el espacio fundamental para que la gracia de Dios pueda acontecer, es decir, en el acompañamiento Dios toma la iniciativa del encuentro.”[8] Por consiguiente el acompañante, es instrumento de Dios, y deja que Dios acontezca en el acompañado, que el acompañado se encuentre con Dios en un proceso de confrontación y discernimiento. Es más, el acompañamiento jamás es una terapia psicológica –advierten los autores-, aunque sea terapéutico, pues es el encuentro con Dios el que transforma y ordena. El acompañamiento tiene en cuenta, como sabemos, que el protagonista real es el Espíritu de Dios, que va guiando y orientando al ser humano en particular hacia Dios mismo, como lo ha hecho siempre con la Iglesia desde los tiempos apostólicos (Ver Hechos de los apóstoles).

Para tener en cuenta en el acompañamiento

Si nos detenemos a indagar sobre estos apuntes en la vida de san Luis realmente fueron posibles, sin embargo, aquí tan sólo las enuncio para reflexionar y meditar en nosotros mismos.

Claridad. Aunque se realicen estrategias y herramientas psicológicas en el acompañamiento, jamás es este una acción terapéutica. Es el encuentro de dos creyentes ante Dios para descubrir su voluntad. Esto evita tensiones y confusiones. Es un diálogo entre creyentes.

No basta la buena intención. Nadie da de lo que no tiene. Quien acompaña es porque vive el acompañamiento. Esto facilita el encuentro de la persona con Dios

Límites. En toda relación humana los principios mínimos fijados facilitan el desarrollo y claridad de lo que se pretende o busca. Estos límites dan transparencia al proceso.

Intenciones. Clarificar las intenciones que se tiene. Es el acompañamiento el espacio privilegiado del encuentro entre creyentes con Dios. Es necesario el diálogo entre Dios y el acompañado, entre Dios y el acompañante: oración – discernimiento.

Roles. Los autores proponen tres tipos de roles falsos presentes en toda relación: perseguidor, salvador y víctima. Los primeros, son quienes quieren corregir al mundo y dicen qué está o no correcto, para todo tienen una palabra y una acción. Si las cosas, algo o alguien no salen como piensa, o se le oponen entonces asume un nuevo enemigo natural. Sólo ven defectos y fallas en lo otro y los otros; expresan: ¡¿no te lo dije?!, eso te sucede porno hacerme caso, ¡fíjate! Yo te avisé, como no le creen a uno, ahí tiene por… Los segundos, quieren cuidar a todo el mundo, siempre quieren ayudar y de alguna manera terminan desvalorizando toda iniciativa y creatividad de los otros; generalmente son quienes necesitan afecto, pero no lo saben pedir ni recibir y terminan dándolo a los otros, más de lo necesario, crean dependencias afectivas; expresan: tengo que ayudarlo, es que … me necesita, yo soy el único que le entiende o ayuda, ¿qué voy a hacer por esta persona?, es que es tan frágil… Los terceros, hacen de su vida una incapacidad, es ésta el resultado de los demás, no asumen sus propias responsabilidades, por lo que siempre tienen disculpas y justificaciones para no cambiar su vida y e hacen impotentes ante nuevas situaciones, decisiones y opciones; se expresan así: Uno bruto como yo quien los contrata, a mi siempre me pasa esto, que mala suerte tengo, soy un salado, nada me sale bien, nuevamente me pasa y a mi precisamente, ¿cómo salgo adelante si no tengo…?

Estos roles son asumidos con afán consciente o no, por muchas personas, hasta nosotros mismos pasamos de uno a otro rol. Las relaciones entre estos roles pasan de menos a más o de más a menos, o de menos a menos. Sin embargo, en el acompañamiento se trata de un encuentro de dos creyentes, entre dos personas, creyentes, entre dos “yo”: más-más, “yo”-“yo”[9]. Esto hace posible hacerse compañero de camino, tomando como referencia iluminadora la experiencia del Resucitado con los discípulos de Emaús, quienes están en el papel de victimas, exponiéndose a aceptar un perseguidor o un salvador dependiendo de éste. Jesús se mente en el camino de los discípulos y establece una relación de persona a persona, de resucitado a resucitado, actuando como un espejo que refleja y lleva a tomar conciencia a los discípulos de los sucedido, preparando con ello el terreno para la resurrección.


Lo que NO es el acompañamiento.

Las características mostradas aquí, se presentan de manera positiva desde lo que es el acompañamiento.

- Dirigir. Se va a ritmo del acompañado. Se trata de acompañar la acción del Espíritu, sin jerarquías. Dirigir produce en el acompañado: resistencia, dependencia, pasividad y rebelión.

- Normativizar. La configuración en el acompañamiento es con Cristo, por ello se confronta la historia personal con Dios. Normativizar produce: miedo, sumisión, rabia, hipocresía y resentimiento.

- Sermonear. Quién descubre lo que no va bien en la vida es el mismo acompañado en la medida en que la gracia actúa, no lo hace el acompañante, quien debe orar para que acontezca Dios en la persona. Moralizar y sermonear produce: sentimiento de culpa, mecanismos de defensa, incredulidad, rabia en indiferencia.

- Aconsejar. Como el acompañante se ve movido a no callar, su tarea está en descubrir el paso a dar del acompañado en su encuentro con Dios. El mayor bloqueo del acompañado es el EGO (yo mismo, mi egoísmo), por ello ante una situación es él quien maquina la solución desde su perspectiva. Esto evita que e acompañado se desligue de su propia responsabilidad con su propia vida. Al acompañado no se le debe hacer fuerza para convencerlo, pues es vulnerable. Aconsejar produce: dependencia, inferioridad, quita creatividad, no profundizar en el problema, cansancio, no resolver nada y ponerse a la defensiva.

- Juzgar. No se trata de actuar como juez. No se evalúan resultados, se confronta; es decir, se muestra las diversas perspectivas, las diversas realidades que subyacen sobre la que se muestra para descubrirlas e interpretarlas. Se prepara al acompañado para que pueda ver de diferente manera una realidad. Juzgar produce: inseguridad en sí mismo, baja autoestima e inferioridad.

- Interpretar. El centro del acompañamiento es el acompañado en su encuentro con Dios. Por ello, el proceso no le corresponde al acompañante por muy preparado que sea. Interpretar produce: actitud amenazante, frustración, miedo a comunicarse, inferioridad y falsa seguridad.

- Consolar. Aunque el encuentro con Dios sea doloroso, el acompañante debe dejar que suceda, sin ponerse en el papel de salvador. Las lágrimas son signo del encuentro con Dios y el dolor una manera de expresar lo que e lleva dentro –expresan los autores-. Es fructífero el encuentro cuando se ve en silencio el dolor sanador del otro y no se interviene. Este silencio que acompaña es mediador de la gracia. Consolar produce: represión de los sentimientos, falsa seguridad, retroceso en el proceso, manipulación del acompañante y sentirse digno de lástima.

- Investigar. No se trata de interrogatorios para saber intimidades o detalles de la realidad del acompañado. El silencio es importante aquí. Las preguntas han de ser generales y abierta, que den apertura al acompañado para expresar lo que estén dispuestos a compartir. Investigar produce: miedo, inseguridad, silencio, mentira y tendencia a esconderse.

- Ponerse como modelo. El acompañante no es modelo de nadie. El único modelo es Cristo Jesús. No se debe caer en la tentación de hablar de la propia cosecha. El proceso de cada ser humano es diferente, aunque se parezca. Esto produce: inseguridad, heteronomía, rechazo, debilidad, desconcierto y falta de respeto a la propia individualidad.


LA DINÁMICA DEL ACOMPAÑAMIENTO EN LA PERSPECTIVA DEL RESUCITADO

Hacerse compañero de camino

La propuesta de Arango y Meza, parte desde el episodio de los caminantes de Emaús en que el Resucitado se hace compañero de camino. Aquí, pedagógicamente, acompañante y acompañado entran en un proceso de aprendizaje, construcción, designado con la palabra SABER, es entonces, el camino de Saber acompañar.

Primer momento: SABER PREPARAR. Ver Lc 24, 13-16. El resucitado buscó su lugar en la conversación, en el camino. Es compañero de camino desconocido, imperceptible. Entonces se acerca y sigue con ellos, va al ritmo del acompañado. Entonces, esto implica determinar modos y tiempos oportunos para “llegar” al proceso del acompañado. Actitud: PRUDENCIA.

Segundo momento: SABER INICIAR. Ver Lc 24, 17a. Es acercarse para escuchar. Atender a lo expresado para realizar preguntas inteligentes. El resucitado hace una pregunta “ingenua” pero precisa y eficaz, como herramienta para que el acompañado realice su interiorización.

Tercer momento: SABER DIALOGAR. Ver Lc 24, 17b-24. Esto es encarnar la palabra en la realidad de los compañeros de camino. Se trata de permitir que el acompañado exprese su palabra desde su realidad, así el corazón arde y se restaura el rostro de Dios en él y sus hermanos en procesos de autocomprensión y comunicación. Ellos cuentan su historia como la sienten y viven. El resucitado sólo escucha, sin intervenir, entiende la historia contada en su globalidad.

Cuarto momento: SABER CONFRONTAR-DISCERNIR. Ver Lc 24, 25-27. Se necesita lucidez crítica ante el anuncio del Reino frente al anti-reino. Es contar la misma historia desde aquella clave aún no considerada. El resucitado are posibilidades y da herramientas de comprensión desde otra perspectiva. Ver la realidad con esperanza.

Quinto momento: SABER CELEBRAR. Ver Lc 24, 28-30. Celebrar recupera la festividad y capacidad de apreciar las situaciones con más claridad. Donde la relación más-más hace testigos de la resurrección y acción de Dios. Es el momento de compartir, agradecer, orar, alabar.

Sexto momento: SABER DECIDIR-TESTIMONIAR. Ver Lc 24, 33-34. El otro se hace testigo, la palabra se hace posibilidad de Vida, donde se tiene la posibilidad de mostrar que el Señor está vivo.

Séptimo momento: SABER RECUPERAR-SISTEMATIZAR. Ver Lc 24, 35. Es recuperar la historia, hacerla conciente, recuperar las narrativas. Se entiende la propia historia, sujeto de la acción de Dios.


Octavo momento: SABER FINALIZAR. Ver Lc 24, 31-32. Se desaparece para que el otro surja y asuma nuevamente su vida, sin generar dependencias, dejando el corazón encendido y resucitado.




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[1] COMPAÑÍA DE MARÍA. Juntos… tras las huellas de los apóstoles pobres: formación para la vida montfortiana. Roma: Abilgraph. 2005, p. 93-94, 146-147.
[2] Ibid. 148-151
[3] Ver Ibid, 55
[4] Ibid. 51-52
[5]Ver articulo sobre La dirección y el acompañamiento en la experiencia de San Luis María de Montfort
[6] ARANGO ALZATE, Oscar Albeiro y MEZA RUEDA, José Luis. El discernimiento y el proyecto de vida: Dinamismos para la construcción de sentido. Colección fe y universidad. Bogotá D.C: PUJ. 115 p. ver p. 59-85
[7] Ver Ibid. p. 63
[8] Ibid
[9] Los autores citados: Ibid. ARANGO ALZATE y MEZA RUEDA hacen la propuesta de un encuentro de relación “yo”-“tu”. Sin embargo, teniendo presente a Jolif, la propuesta que hago es ésta, dado que las relaciones con el otro, lo otro y lo totalmente otro son a la par, de más - más –en la expresión ya conocida–. Por ello, al tratarse de dos personas, cada quien es un “yo” y a su vez un “tu” que se relaciona con otro que es también “yo” y “tu”. La construcción en el encuentro que se da en los niveles de más-más sugiere más bien lo que propongo. Ver JOLIF, J.Y. Comprender al hombre: Introducción a una antropología filosófica. Salamanca: Sígueme, 1969. p. 149-308. La antropología de Jolif es de origen judío y muy cercana, aunque es de tipo filosófico, a la antropología teológica; lo cual ubica la mirada cristiana en la visión del hombre completo a partir de las categorías filosóficas como una estructura formal de la reflexión antropológica, que presentan un movimiento interno en que, la totalidad (1ª categoría) tiende a constituirse dentro de la alteridad y la diferenciación, donde la dialéctica debe encontrarse a través de la totalidad, desembocando en la metafísica como la apertura de la experiencia a su más allá.

HACIA UN ACOMPAÑAMIENTO A LO MONTFORT

LA DIRECCIÓN Y EL ACOMPAÑAMIENTO EN LA EXPERIENCIA DE
SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT

Por: Edinson Orlando Herrera Bedón, smm

En el tiempo de San Luis de Montfort, quien se disponía a camin
ar hacia la santidad en su formación como sacerdote tenía un director espiritual que le guiaba. San Luis participa de este contexto y tiene a su lado a personas capaces de hacerle ir por senderos seguros. Su radicalidad le permite hasta en obediencia ciega caminar según indicación del director, hasta el cansancio del mismo, como atestiguan sus biógrafos, dadas las inquietudes continuas que le salpicaban el corazón. Hasta en lo más pequeño era muy sumiso al director espiritual, que hasta pregunta si lo que hacía, estaba bien (ver C 6. 9. 10).

Una clave

Para este análisis de la experiencia del acompañamiento y la dirección espiritual en San Luis de Montfort, se tiene presente el texto: “La dirección espiritual” de José María Iraburu (Fundación “gratis Date”), quien afirma que el punto de partida para dejarse acompañar por otros es la humildad, sin la cual una persona no se somete a permitir que otro le ayude, le guíe, siendo por otra parte, la clave para el florecimiento de las vocaciones en las iglesias locales y comunidades religiosas. Es esta virtud, la fuente de la santidad que el cristiano busca en últimas a través del acompañamiento o la guía espiritual.

Esta virtud es un componente indispensable para permitir que Dios pueda guiar la vida de su criatura hacia él, comprensión que San Luis llevaba en su corazón como lo deja ver en su vida al acudir desde niño a la Buena Madre en la oración del rosario y al querer conducir por los mismos caminos a su hermana Guyonne Jeanne con argumentos persuasivos, luego le vemos manifestar eso en concreto una vez deja todo al cruzar el puente Cesson para dirigirse a París. Su humildad ha adquirido un espíritu benévolo y solidario en la atención al necesitado. Más ya siendo seminarista y aún como sacerdote, se somete en todo a su director espiritual, confía plenamente en su palabra como la orientación del designio de Dios.

La humildad para San Luis de Montfort es un fruto inextinguible de la Sabiduría Eterna y de la Verdadera Devoción, necesaria para la plenitud del ser humano, pues María le ensancha el corazón (al hombre) al infundirle su humildad (SM 57; VD 2) y la de su hijo (ASE 125; CT 8,7; 130, 4). San Luis incluye en su oración su corazón humilde ante la grandeza de Dios (Ver ASE 1, C 6, CT 8) y no deja de aconsejarla a quienes se relacionan con él (C 1, 7, 1213, 14, 26, 32). Esta humildad conlleva al espíritu de obediencia, por el cual la persona se deja guiar, le permite salir de sí mismo –como en la experiencia de Poitiers, la de Pontchâteau, y otras– entregándose más pronto a la voluntad de Dios (SA 7-10; ASE 211. 215; RS 208-215). A los miembros de la Compañía de María les expresa: «Obedecen a su director espiritual –que es siempre de la Compañía– en el gobierno de sus conciencias, explayando ante él su corazón como el agua, con entera confianza, no haciendo ni omitiendo nada considerable sin habérselo hecho saber y sin haber recibido su aprobación o permiso.» (RM 20)


DIRECCIÓN O ACOMPAÑAMIENTO

Para Iraburu, existe diferencia entre el acompañamiento espiritual y la dirección espiritual, cada vez más poco común en el mundo actual. “El trato personal de un sacerdote o de cristiano experto en espiritualidad, con otro cristiano que busca la perfección puede revestir modalidades muy diversas y valiosas, que no siempre, sin embargo, responden al concepto pleno de la dirección espiritual.” –Afirma el autor citado– Para él, acompañar espiritualmente se centra en lo relacional y lo buscado por quien se acerca buscando aclarar dudas, desahogarse, confrontar, consultar, pero sin llegar a dejarse guiar del todo. Por tanto el acompañamiento, “en sus diversas modalidades, es algo pastoral, y espiritualmente bueno, puede ayudar mucho a una persona en su camino espiritual y, en todo caso, es lo mejor que puede hacerse, en no pocas ocasiones concretas, al servicio espiritual de una persona”. Aquí una inclinación no directiva del director, o su deficiente o carente capacidad para acompañar le restan eficacia pastoral y formativa.

Por su parte, nos aclara Iraburu, la dirección incluye el acompañamiento, siendo mucho más que este. La dirección “nace de una gracia especial de Dios, por la cual el cristiano se siente inclinado en conciencia a dejarse instruir y guiar por otra persona”, lo cual grandes santos y maestros de la Iglesia han comprendido en clave de obediencia, basta mirar las cartas de San Luis a su director espiritual, el P. Leschassier para comprenderlo. Ya desde antiguo, en la Iglesia se ha entendido que “la busqueda de la perfección evangélica debe hacerse, si es posible, procurando la ayuda de un maestro espiritual” para no verse «abandonado a los deseos del propio corazón» (Rm 1, 24), recuerda el autor.

La dirección espiritual, en efecto implica un deseo profundo por la santidad, tanto en el dirigido como en el director, quienes se encuentran para buscarla y caminar hacia ese fin
*. El director espiritual se esfuerza por llevar a la persona que orienta hacia la perfección; como Jesús atiende diversos grupos concéntricos en los cuales hay un número reducido o especial a quienes forma y enseña en particular. En Montfort, se nota con claridad este deseo al atender a muchos pobres, pero escogiendo a algunos para dirigirlos a la santidad de manera especial, como lo intenta hacer cuando conforma una comunidad de la Sabiduría en el hospital de Poitiers con mujeres lisiadas, pero de manera especial lo hace con Maturin, con Maria Luisa Trichet, y en cierto modo con Catalina Brunet, a quienes instruye y dirige en la solidez de su espiritualidad. Para Luis de Montfort, como se citó, es claro que el director espiritual es quien gobierna la conciencia del religioso (Cfr. RM 20), por lo cual se le debe obediencia, que es «fundamento y apoyo inquebrantable de toda santidad y de todos los frutos que Dios produce y producirá por su ministerio» (RM 19), como en la Compañía de Jesús. Él ha aprendido ésta orientación de la Dirección espiritual en su contexto desde el seminario de San Sulpicio, aún con su manera particular de ser y de asumir su deseo de ser un buen sacerdote. Allí donde le asignaron un “al director más apto para reducir al máximo sus excentricidades mediante humillaciones inverosímiles para nosotros”, hasta que al cabo de seis meses “el maestro domador tuvo que reconocer su fracaso”, nos recuerda el P. Perouas en las obras completas (p. 48), pues para los sulpicianos, Luis Grignion seguía siendo un enigma. Lo confirma luego el P. Leschassier: «Me ha parecido constante en el amor de Dios… pero… en su exterior tiene algo singular…»

CUALIDADES DEL DIRECTOR ESPIRITUAL

El cuidado en la dirección espiritual como un don divino, sugiere que quien realiza esta labor tiene ciertas gracias naturales y espirituales que son garante de una dirección auténtica.

1. Ciencia. Aquí, se hace referencia a la buena doctrina, a un director letrado, en cuanto a su conocimiento de los caminos del Espíritu capaces, sin titubeos ni relativismos, de alejar a su dirigido del pecado y conducirlo a la gracia.

Para Luis de Montfort, es claro que el miembro de la Pequeña Compañía, dedica buen tiempo a su preparación en el estudio, la oración y el retiro (ver RM 78) para perfeccionarse más y más en la ciencia de la predicación y del confesionario (RM 35) que implican el cultivo de la buena doctrina y de la vida espiritual propia, hábito que él mismo asume desde su vida de seminarista y que realiza con mayor empeño mientras trabajó como bibliotecario y, que luego, deja consignado el fruto de su estudio y práctica espiritual en sus escritos , en los que deja ver la sobriedad de su corazón en el conocimiento y la práctica de la buena doctrina y hasta enseña una camino espiritual como fruto de ella. Por su parte, al ver las cartas suyas a su director espiritual se puede reconocer que se trataba de hombres profundamente confiables y adentrados en la vida espiritual.

2. Experiencia. Quien ha dado pasos y va adelante en su experiencia espiritual encaminada a la perfección, resulta ser en Cristo una luz preciosa a quienes buscan la santidad, especialmente posee los dones intelectuales del entendimiento, consejo, sabiduría y ciencia, que le capacitan para discernir y aconsejar según los designios divinos con libertad de todo apego.

De Montfort, se distingue esta capacidad en cuanto es un hombre que más allá de los dones intelectuales mencionados está en una continua búsqueda de la Sabiduría Eterna y Encarnada, pidiéndola no sólo él, sino rogando a otros para que intercedan por él en su propósito (C 13-16) y aconsejando en las misiones a las personas a buscarla (así lo expresa «aconsejando a infinidad de personas» en la C 11) y recomendando esta acción en sus escritos, mostrando su aventajada experiencia espiritual. Con ello, Montfort puede asumir con serenidad profunda los contratiempos y los rechazos como las dificultades más duras (ej. la orden de destrucción del Calvario de Pontchâteau). En el camino que realiza quiere que muchos se enlisten, para lo cual conforma cofradías (Ver C 21, y diversas Reglas) y grupos como frutos de las misiones en que buscaba renovar el espíritu del cristianismo en las gentes (RM 56)

3. Oración. El director espiritual es un hombre de oración, lo que le permite estar en contacto con Dios, con su gracia. Le permite ser un intercesor de sus acompañados. Se trata de un hombre de fe capaz de pedir a Dios con perseverancia y con firmísimo esperanza que, por bondad de Dios, se obren los milagros de la gracia. La oración constante por sus dirigidos es función esencial del directo espiritual, expresa el P. Mendizábal, citado por el autor.

Para San Luis de Montfort, la oración constituye un elemento esencial en la vida del misionero, como se vio arriba. Es más, recomienda incluso la oración por él. Es decir, que no sólo él, quien dirige el camino de las religiosas (como se ve en sus cartas), necesita de la oración. También ellas deben orar por él con insistencia, sobre todo para poder alcanzar la Sabiduría, de la cual es un incesante orante (Vgr. C 15), tanto así, que es la oración Constante, el segundo medio para alcanzar la Divina Sabiduría (ASE 184-193), por cuanto es un bien mayor y no tan fácil de alcanzar; es la para Montfort, la oración, “el canal por el cual Dios comunica ordinariamente sus gracias, y de modo especial la Sabiduría” (184). En este contexto, la oración, para Montfort tiene unas características que lo son propias y le dan eficacia en el pedir la Sabiduría como son: la fe viva y firme (185), la fe pura (186-187), la perseverancia y constancia (188-190), y la experiencia de la oración vocal unida a la oración mental (193), en especial por el rezo del Santo Rosario.

Por su parte, es un hombre que va más allá de la sola contemplación. Luis de Montfort es un hombre que vive en medio de la tensión entre el apostolado y la contemplación como él mismo lo narra en su carta a su Director espiritual Leschassier (C 6) y, como se deja ver le lleva ante la duda (C 5), que además se nota en sus escritos; así lo hace notar Louis Perouas, smm, en las Obras completas (p. 63) citando dos escritos más o menos de la misma fecha:
“En su carta Circular a los Amigos de la Cruz, describe a sus discípulos «como intrépidos y valerosos guerreros en el campo de batalla, sin retroceder un solo paso…» Y les grita: «¡Ánimo! Luchen con valentía» (AC 2). Pero en el Tratado de la Verdadera Devoción los describe de manera muy distinta: al igual que Jacob, «permanecen asiduamente en casa con su madre, es decir, aman el retiro; gustan de la vida interior, se aplican a la oración, a ejemplo y en compañía de su Madre, la Santísima Virgen, cuya gloria está en el interior» (VD 196)”

Luis es un hombre amante del Retiro y la oración, sobre todo de la contemplación, capaz de transformar corazones, como cuenta su historia del día en que en Montfort, en lugar de predicar un pomposo sermón se dedicó desde el púlpito a realizar su meditación ante la imagen del Señor crucificado… Esto en la acción. De hecho a sus discípulos les llama ambiguamente “apóstoles de los últimos tiempos” (VD 55-59), nos recuerda Perouas:



“Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán fuego encendido (Sal 104 [103],4; Heb 1,7), ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del amor divino… Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación. Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo (ver 2Cor 2,15-16) para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte… Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al santo Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas; sin perdonar, ni escuchar, ni temer a ningún mortal por poderoso que sea”.

“Llevarán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios (Heb 4,12); sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado de la cruz; en la mano derecha, el crucifijo; el rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo”. (OC p. 64)

4. Discernimiento Adquirido y carismático. Aquí, Iraburu, aclara que la capacidad de discernir puede ser adquirida o infusa. Por adquirido refiere al arte especial de examinar los diversos movimientos del alma, en lo cual se busca discernir si vienen: 1) del Espíritu Divino, 2) del espíritu del diablo o del mundo o, 3) de las inclinaciones, deseos y temores de la propia carne. Este discernimiento, necesita de dotes psicológicas por parte del director espiritual y le ayuda las reglas del discernimiento de espíritus brindado por San Ignacio, aunque por ser una cualidad adquirida puede ser falible, lo que implica que se corra con el riesgo de perjudicar a la persona sin pretenderse o se le puede hacer mucho bien, siempre y cuando el director carezca de todo apego personal desordenado. A este respecto, los directores espirituales de San Luis de Montfort son hombres con experiencia puesto que son jesuitas y conocen las reglas del discernimiento de espíritus de su fundador y algo han debido transmitirle de ello en su juventud. Montfort crece en su escuela (la de los jesuitas) y más tarde inicia su camino en la de los sulpicianos, que se esmeran por hacer respirar a sus estudiantes a Jesucristo, lo cual propone en sus directores espirituales una estricta preparación para llevar a los jóvenes hacia tal fin. En esto Luis María, no se queda atrás, pues más allá de sus estudios que le imprimen la teología beruliana asumida por Olier, se dedica de manera especial a recoger citas de autores secundarios –según cuenta Blain–: “Le interesa más la ciencia de los santos que la teología”. Por consiguiente, Luis de Montfort asume el acompañamiento orientado por la experiencia de los santos que conoce y consulta. Conoce entonces las reglas clásicas del discernimiento en camino de santidad proponiendo un itinerario único en María, el camino seguro, corto, fail y perfecto para llegar a Jesucristo, la Sabiduría Eterna y Encarnada del Padre (VD 55. 152-159) en una actitud de absoluta disponibilidad a la acción divina. Por su parte, Luis de Montfort deja ver en su carta 5 algunos elementos claves para el discernimiento a fin de distinguir la profundidad de sus inquietudes e intenciones
*: a. observa los movimientos de su alma y de las señales de los tiempos; b. refleja una oración continuada; c. tiene presente su abandono a la Voluntad divina con espíritu de imparcialidad y, d. mantiene una dócil obediencia a su director espiritual. A su vez, en el Diccionario de la Espiritualidad montfortiana se enumera, no sistemáticamente –pues Luis de Montfort no muestra un camino preciso–, unos criterios a tener presentes en el discernimiento de la voluntad divina (Ver p. 360) que se reflejan en la vida y experiencia de Luis como acompañado y acompañante. Solo se tiene como dato explícito del discernimiento y la dirección realizada por él lo que pide a las Hijas de la Sabiduría en su madurez misionera y sacerdotal en la carta 32 (31 de diciembre de 1715): escribirle mensualmente acerca de sus principales tentaciones, cruces bien llevadas y victorias sobre sí mismas. Con estos criterios, parece que Montfort descubre, junto a la Espiritualidad misma que viven sus hijas, el camino más sencillo y práctico para obtener criterios integrales en la dirección de la vida de cada religiosa.

De otro modo, el discernimiento carismático, por ser una gracia especial dada por Dios, es infalible, en cuanto permite encontrar la voluntad divina. Es un discernimiento otorgado a los santos, por lo que es un carisma infrecuente, que se adquiere en función de los otros más no para sí mismo, o para sí mismo y no para los demás, mientras en el dirigido, se cultiva el espíritu de obediencia. A este respecto, el P. de Montfort leído hoy, es sin duda, un hombre con excepcional carisma para el discernimiento, hasta el punto de parecernos inexplicable su actuación al obedecer ciegamente, según su parecer y comprensión personal, no a su director espiritual, sino a la señora de Montespán, como signo de voluntad divina una vez se había “entrevistado en varias ocasiones privadamente” con ella (C 6). Esta obediencia en su ser, ciega, como así la llama, le facilita a este buscador y discípulo de la Sabiduría eterna, un discernimiento particular y sin falta en su caminar; con el mismo logra encontrarse con Maturin, con Maria Luisa y con Catalina, a quienes sin titubear y sin equívoco selecciona para formar parte de la extensión de su labor misionera en un discernimiento espontáneo y poco particular con el que se permite luego acompañarlos y dirigirlos en una vida consagrada al servicio de los pobres y de la misión de la Iglesia. Este discernimiento carismático le lleva a ser un hombre lleno de serenidad al confirmar la situación en torno al calvario de Pontchâteau, que quedó sin inaugurarse y bajo la orden de ser destruido.

5. Comunicar la propia vida. Lo normal en el ejercicio del director espiritual –expresa Iraburu­– es que comunique a quienes se le confían su propia vida espiritual, sus modos devocionales que vive o intenta vivir, secundando el don de Dios. De la misma manera en los padres hacen con sus hijos. Con esto, muchas de las gracias divinas que recibe el director son comunicadas a sus hijos espirituales, sobre todo al comienzo del camino espiritual del dirigido. De hecho, Luis de Montfort, dice el autor, “insiste en que se ore y obre todo con la Virgen María, en ella, por ella, para ella” para así orar y hacerlo todo en, con, por y para Jesucristo, la Sabiduría del Padre, sin ser esto una presión indebida sobre la liberta del cristiano. Por ello, la renovación constante que vive Luis de su vida cristiana, es transmitida a sus hijos e hijas, y además, en las misiones a las personas en general, en un servicio que desemboca en cada persona a favor de los necesitados de su tiempo. Bien se puede notar el interés de Montfort, no sólo por comunicar su vida e itinerario espiritual, sino también por exhortar a mantenerse en ese espíritu, en sus cartas a los habitantes de Montbernage, a los Asociados Amigos de la Cruz, y en sus orientaciones a los grupos de Penitentes que iba fundando en las misiones.

6. Guardar la libertad del cristiano en la docilidad al Espíritu Santo.
Es esta una norma suprema que complementa la anterior, puesto que el agente, guía y monitor de los corazones es el Espíritu divino y no las personas, ni el director espiritual. Esto permite no acomodarse al antojo propio, reconociendo y estando atento a la acción de Dios, que conduce a cada quien por diferentes caminos, por lo que cada persona encuentra una manera propia de camino en la fe, y no puede ser introducida u obligada sin mayor discernimiento sobre las acciones o el camino a tomar por el hecho de que es lo que se hace ahora, o por ahí van todos los acompañados, o porque al director le gusta que sea por ese sendero. Por ello, aconseja Santa Teresita que el director abandone sus gustos personales, sus ideas, distinguiendo el camino por el cual Jesús conduce a cada persona. Por ello, no ha de retener las personas bajo su influjo, como apropiándose de ellas, o pretender que puede ayudar a todos en los diversas fases de su crecimiento, o evitar que consulten con otros. Esta cualidad, la tiene presente Luis de Montfort en su comprensión de ser un hombre “libre con la libertad de los hijos de Dios” y las manifestaciones que pide a los misioneros en su vida y actitud personal en la Súplica Ardiente: libres, disponibles, arriesgados, esclavos, sin manchas o apegos, entre otros, para estar siempre prontos y atentos a la Voluntad divina.

Actitudes del dirigido
El dirigido, como conocemos en Luis María, y como se ha esbozado, ha de cultivar y tener actitudes como la voluntad firme de santidad y solo buscar eso en su deseo por dejarse guiar en su camino de vida espiritual, cosa que pretendía San Luis sin reparos; también un espíritu de fe para ver a Cristo en el Director espiritual, pues su servicio lo realiza en nombre de Cristo quien está presente donde haya dos o tres y además ora por su acompañado. Aquí el director es visto por Luis como quien tiene en su responsabilidad la voz divina. Esto sugiere que el encuentro con el Director sea en ambiente intensamente religioso. Otra actitud importante es la sinceridad de corazón, para manifestarle todo al director, de manera que no se oculte nada importante o significativo en las personas, y que no exista una voluntad de ocultar, sino que al contrario se disponga la persona a vivir la verdad consigo misma para liberarse y disponerse a la perfección cristiana, cuestión que asume Luis María en su deseo de santidad cuando cuenta en sus cartas hasta algunos pormenores a su director espiritual con el fin de esclarecer mejor las situaciones. Finalmente, la actitud de obediencia que hace del cristiano una persona dócil a la acción divina en su corazón, como lo busca continuamente Montfort.



* Este es el espíritu que acompaña la formación de Luis María en San Sulpicio, nos relata Benedetta Papasogli en su obra citando en primer lugar a San Vicente de Paúl acerca de los seminarios en París: "Hay en París cuatro casas que hacen lo mismo: el Oratorio, San Sulpicio, San Nicolás del Chardonnet y la Gueuserie-des-bons-Enfants. Los de San Sulpicio tienden y miran en todo elevar los espíritus, a destruir los afectos terrenos, a llevarlos a las grandes iluminaciones y a los sentimientos elevados;...”, en segundo lugar a Olier quien afirma acerca del Seminario: "El primero y último fin de este instituto es vivir soberanamente para Dios, en Jesucristo nuestro Señor, de modo que sus disposiciones interiores penetren en lo más íntimo de nuestro corazón y que cada cual pueda decir de sí mismo lo que de sí afirmaba san Pablo: "Vivo yo: no, no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí". Esa será la única esperanza de cada uno, la única meditación, el único ejercicio: "vivir interiormente de la vida de Cristo y que ésta se manifieste en nuestro cuerpo mortal". PAPASOGLI, Benedetta. Un hombre para la última Iglesia. Bogotá: Centro Mariano Montfortiano, 1993. p. 84



* Ver Artículo sobre el Discernimiento en Diccionario de la Espiritualidad Montfortiana. Escrito por A. Van der Hults.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Itinerario 5: ITINERARIO DE ACOMPAÑAMIENTO MONTFORTIANO DESDE LA CARTA CIRCULAR A LOS AMIGOS DE LA CRUZ

Por: P. Flower Mosquera, smm




Un itinerario a seguir

Vivimos, en un mundo en donde no se asumen compromisos de larga du
ración, se pasa de una experiencia a otra, sin ahondar en ninguna de ellas. En un mundo así en el que todo es fácil y no hay lugar para el sacrificio, ni para la renuncia, ni para otros valores, todo esto, tiende a desembocar en una mentalidad permisiva y facilista. La satisfacción inmediata esquiva todo aquello que exige constancia, abnegación y renuncia. Una formación que permite todos los gustos y satisfacciones, evite los conflictos, trate a toda costa de obviar lo desagradable, difícil y costoso, no estaría generando las actitudes necesarias para enfrentar las cruces de la vida.

Montfort nos dice que es imposible, seguir a Jesucristo y unirse a él sin unirse a la Cruz; imposible trabajar con Él en la salvación del mundo sin compartir su Cruz. La Cruz está profundamente asociada con la mortificación y la lucha ascética; la abnegación y el anonadamiento, que se transforman en triunfo y exaltación. Al describir los padecimientos de Cristo, Montfort subraya la causa o sentido de los mismos: el amor a los hombres. Por ellos camina hacia la cruz, se desposa con la cruz (ASE 170), se clava en la cruz (ASE 172). La frase: “Jamás Jesús sin la cruz ni la cruz sin Jesús” (ASE 172) expresa en forma significativa esa solidaridad. Dios llegando en Jesucristo a todo hombre que sufre y carga con su cruz, le ofrece la posibilidad de hacer frente a la prueba y, de humanizar la vida en el crisol mismo del sufrimiento.

El P. De Montfort no quiere que perdamos la oportunidad de entrar en la profundidad del misterio de la cruz. No se trata de buscar la cruz como cruz, sino la cruz como Sabiduría; porque la Sabiduría es la Cruz y la Cruz es la Sabiduría (ASE 180): la cruz asumida en el amor es sabiduría, es entrar en el movimiento redentor de la Sabiduría ( Jn 13,1). Dios no se guardó su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros (ver Rm 8,32.39; Jn 3,16) para reconciliar al mundo en él (ver 2 Co 5,18-19): es así como «por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que, fuera del Evangelio, nos envuelve en absoluta oscuridad» (GS 22).

En Montfort, el itinerario de la cruz y el de la encarnación pueden ser contemplados alternativamente como el gran misterio de Cristo salvador del hombre. Al optar por la encarnación, el Verbo optó de una manera libre y por un estado de sufrimiento, y se ubicó voluntariamente en un estado de cruz. Dios escogió la cruz para salvar al hombre. En este sentido, la espiritualidad de la cruz en san Luís María de Montfort se comprende a partir del mensaje evangélico que él tanto proclamó: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo» (Lc 9,23 //Mt 16,24; AC 13).


Camino de perfección cristiana:

1. Aspirar a la santidad: "el que quiera venirse conmigo"

Montfort nos dice que el que quiera aspirar a la santidad debe manifestar una profunda voluntad y libertad interior. Sin voluntad y libertad interior no hay “compromiso válido”.Para ser libre hay que hacer un camino de liberación personal de todo cuanto nos ata interiormente. Personas liberadas de sus propios apegos, dependencias y condicionamientos son las que están en condiciones de enfrentar las dificultades y tentaciones que se les presentarán en el futuro y de descartar tantas propuestas fáciles que les hace la sociedad de consumo.

Para esto, es necesario, una actitud firme, sincera y resuelta, para sacrificarlo todo, emprenderlo todo y padecerlo todo por Jesucristo. Seguir a Jesús significa muchas veces no sólo dejar las ocupaciones y romper los lazos que hay en el mundo, sino también distanciarse de la agitación en que se encuentra. No todos son capaces de hacer esa ruptura radical. Por esto, la primera tierra que hay que pisar es la tierra sagrada de la propia historia. Conocernos. Conocer nuestras fortalezas y nuestras limitaciones; aprender a reconocer la multitud de voces que nos llegan de dentro; saber poner nombre a lo que sentimos e ir desarrollando la capacidad de discernir e integrar la vocación a la cual el Señor nos llama.

2. en dominarse: "que se niegue a si mismo"

El “negarse a sí mismo” hace referencia a las exigencias del bautismo y al contrato de alianza con Dios. En el acompañamiento, la perseverancia tiene mucho que ver con la capacidad de vaciarse o de renunciar, de negarse a sí mismo. Vale decir: el narcisismo es la antítesis de lo que se necesita para una entrega de sí hasta el final, hasta dar la vida. Aquí nos enfrentamos con una de las características más propias de la cultura postmoderna: el narcisismo y el subjetivismo. El narcisismo y subjetivismo - que nos centran en nosotros mismos y hacen del propio y pequeño “ego” el criterio último de todo - impiden llegar hasta dar la vida por algo que caiga fuera del propio interés. Si no se acepta cordialmente y si no se vive bien esta “renuncia a sí mismo”, no se puede “tomar la cruz”. Por algo Jesús asocia siempre las dos cosas ( Mateo 16, 24 ).

El que “renuncia a sí mismo”, se despoja del «hombre viejo», (VD 221) muriendo a sí mismo todos los días (VD 81) por la práctica valerosa de la «mortificación universal y continua” (ASE 196). Renunciar a sí mismo es sobre todo, renunciar al amor propio, y no enorgullecerse de las cruces que carga (AC 48) ni lamentarse de las tentaciones o de las caídas (AC 46). Más aún, Cristo asocia progresivamente al cristiano a su propia cruz de múltiples maneras: dolores, enfermedades, penas espirituales, sequedades, incomprensión de los parientes y de los amigos. (ver AC 18).

En la formación el gran riesgo, la gran tentación, es estar lleno de sí mismo. De allí que sea importante en todas las etapas de formación tener una profunda experiencia comunitaria, tener contacto con el mundo a través de experiencias fuertes de servicio social y pastoral que oriente a los jóvenes a descentrarse del “pequeño ego”, para centrarse en Dios y en su Reino. Jesús vino a servir y dar la vida. Vivió sirviendo. Murió ofreciendo su vida, entregándola libremente. Vivió y murió sin resentimientos ni amarguras. Su talante reflejó la paz, la serenidad y la alegría que tenía en el fondo del corazón.

Con todo, es necesario una cierta ascesis y un cierto autodominio. Esta ascesis nos capacita para la solidaridad: la abstención y dominio de nuestros deseos nos permite escuchar los deseos de los demás. La ascesis nos da libertad para no ser dependientes de las cosas y vivir con lo esencial. Cuanto más vivimos en Dios, menos somos nosotros el centro y menos necesitamos las cosas y más receptivos estamos a los demás. Si nos descentramos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, Él, entonces, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.

3. en padecer: "que cargue con su cruz"

Montfort nos dice que padecer por padecer no tiene sentido. Lo importante es caminar en pos de Jesucristo, cargar la cruz como él llevó la suya. Para Montfort la «cruz» significa todo lo que se desprende de la opción por Cristo, escribe a su hermana Guyonne Jeanne: “ Si conocieras en detalle mis cruces y humillaciones, dudo que tuvieras tantas ansias de verme. En efecto, no puedo llegar a ninguna parte sin hacer partícipes de mi cruz a mis mejores amigos, frecuentemente a pesar mío y a pesar suyo. Todo el que se declara en mi favor, tiene que sufrir por ello [...]. Siempre alerta, siempre sobre espinas, siempre sobre guijarros afilados, me encuentro como una pelota en juego: tan pronto como la arrojan de un lado, ya la rechazan del otro, golpeándola con violencia.” (C 26).

Para san Luís María de Montfort, la cruz voluntaria más preciosa y dichosa de todas, es la pobreza voluntaria. Esta pobreza de espíritu, un anonadamiento total, es la finalidad de la consagración. Ella está a la base también de la insistencia de Montfort sobre la virtud de la obediencia. El orgullo, el amor de sí mismo, la soberbia son ejemplos de riqueza diabólica que impide la obediencia. El espíritu de pobreza exige también una preocupación personal por los pobres que son Jesucristo mismo. El amor de los pobres, la identificación con los sin techo caracterizarán la vida de san Luís María de Montfort y una gran insistencia en su espiritualidad, que resulta de su amor por la Sabiduría, Jesús crucificado.
Montfort nos dice, que el amor al Crucificado nos abre a los dones del Espíritu Santo: “ ya saben que son templos vivos del Espíritu Santo, y que como piedras vivas, han de ser construidos por el Dios del amor en el templo de la Jerusalén celestial. Pues bien, dispónganse para ser tallados, cortados y cincelados por el martillo de la Cruz. De otro modo, permanecerían como piedras toscas, que no sirven para nada, que se desprecian y se arrojan fuera. ¡Guárdense de resistir al martillo que los golpea! ¡Cuidado con oponerse al cincel que los talla y a la mano que los pule! Es posible que ese hábil y amoroso arquitecto quiera hacer de ustedes una de las piedras principales de su edificio eterno, y una de las figuras más hermosas de su reino celestial. Déjenle actuar en ustedes: él los ama, sabe lo que hace, tiene experiencia, cada uno de sus golpes son acertados y amorosos, nunca los da en falso, a no ser que su falta de paciencia los haga inútiles”
[1] . Esto quiere decir, que el que se proponga vivir la propuesta del evangelio no le faltarán las dificultades, cruces, incomprensiones y, persecuciones en lo cotidiano de la vida: “Aprovechen los pequeños sufrimientos más que de los grandes... Si se diera el caso de que pudiéramos elegir nuestras cruces, optemos por las más pequeñas y carentes de brillo, frente a otras más grandes y llamativas”[2].

4. en comprometerse con Jesucristo: "y me siga".

En el acompañamiento hay que ayudar a que el formando discierna si de verdad la persona de Jesucristo es su tesoro. Jesucristo con todo lo que Él es: su palabra, su mensaje, su causa, su Reino, sus pobres... Si puede llegar a afirmar que Él puede llenar sus necesidades afectivas. Que sólo Dios basta. En este sentido, Montfort insiste en la necesidad de un auténtico deseo de ser un discípulo del Señor crucificado: «existe una multitud de insensatos y perezosos que tienen millares de deseos, o mejor, de veleidades por el bien, que no les impelen apartarse del pecado ni hacerse violencia, y por lo mismo, son ineficaces y engañosos, matan y conducen a la condenación» (ASE 182). La distinción entre el deseo y la veleidad es clara. Si deseamos ardientemente estar unidos a Cristo, deseamos también ardientemente tomar todos los medios necesarios para lograr este objetivo. En consecuencia, “los que son del Mesías, la Sabiduría encarnada, han crucificado sus bajos instintos con sus pasiones y deseos (Gal 5,24), llevan ahora y siempre en su persona la muerte de Jesús, se hacen violencia continuamente, llevan su cruz todos los días.” (ASE 194). Aún más: ya que Dios nos ha dado todo su ser dándonos a Jesús, nuestra correspondencia debe ser también un abandono total y amoroso: “La Sabiduría exige para comunicarse una mortificación universal y continua, valerosa y discreta. No se contenta con una mortificación a medias y de pocos días” (ASE 196).

Es necesario, por tanto, formarnos y formar para despertar en nosotros mismos y en los demás la pasión, el ardor por Cristo y por la humanidad. La formación monfortiana debe desembocar en un compromiso existencial (pasión) por la humanidad, particularmente por la "humanidad crucificada", por los pequeños, los pobres, los que sufren, los excluidos y los más necesitados, como lugares en los que somos llamados a contemplar el rostro viviente de Cristo. En la medida en que la Iglesia, por su enseñanza y el testimonio de los cristianos, se coloca deliberadamente al lado de los pobres, da nuevo vigor al mensaje de la cruz, para ella misma y para el mundo. Una devoción a la cruz que llegara a replegar al cristiano sobre sí mismo sería siempre una relación mutilada o falsa. Por el contrario, la devoción al crucificado que nos abre a la miseria humana y suscita el compromiso social y político como manifestación de la presencia actual de Cristo salvador y liberador en el corazón de la miseria le devuelve su sentido a la cruz de Jesús sobre el mundo.

La cruz: camino en el acompañamiento montfortiano

En la formación deberíamos preguntarnos si hemos cultivado y descubierto la felicidad de ser sencillos y austeros, de “necesitar de poco”, de contentarnos con lo necesario, de sentirnos liberados de tantos condicionamientos y necesidades artificiales. Si los medios que utilizamos son sencillos. Si el contexto en el que vivimos y la gente con la que nos relacionamos es pobre, sencilla, austera. La capacidad de sacrificio y de perseverar en lo arduo y difícil tiene mucho que ver con el amor. Con la capacidad de amar y con el amor concreto que se tenga por alguien. Pablo decía: “el amor todo lo soporta”, (1 Cor 13,7). El amor permite perseverar en el esfuerzo sin amarguras, con alegría, y a la vez despierta una capacidad de aguantar y de hacer esfuerzos (una resistencia) insospechada.

En el proceso formativo, Jesús mismo invita a sus discípulos a cargar la cruz y nunca disimula las exigencias de su seguimiento. La posibilidad de sucumbir bajo su peso y de abandonar el camino está siempre presente. Se nos pide una perseverancia que al mismo tiempo es un don. Aunque parezca extraño y paradójico hay una felicidad, una alegría asociada a este “mantenerse firmes” hasta el final. El esfuerzo, empeño y sacrificio que estemos dispuestos a hacer para conseguir algo estará en relación con la claridad de las motivaciones. Sabemos bien que éste es un trabajo de nunca acabar. Siempre debemos estar profundizando y purificando nuestras motivaciones. Pero es su autenticidad y profundidad la que, posibilita que sigamos adelante o no.

La formación debe llevar a descubrir la alegría que brota de la entrega generosa y desinteresada; del servicio humilde y gratuito. En este descubrimiento está el secreto de poder ser feliz mientras se hacen cosas que cuestan, que exigen sacrificios. Este servicio no debe estar motivado por lo que se pueda recibir a cambio: sea dinero, reconocimiento, cariño, aceptación. Debe ser un servicio hecho por amor. La alegría personal radica en el bien del otro, en ver felices a los demás. En el acompañamiento debe hacerse la experiencia de que es verdad lo que dijo el Señor: “hay más felicidad en dar que en recibir”, ( Hechos 20,35 ); y que “Dios ama al que da con alegría”, ( 2 Cor 9,7 ).

En la formación también debe experimentarse que la propia vida es fecunda, que la entrega tiene sentido, la misión vale la pena, que nuestra consagración ofrece múltiples cauces para sembrar el bien, la justicia y la paz, para anunciar a Jesucristo como portador de sentido para la vida de tantos y tantas...


Ya desde la formación inicial debe experimentarse que la relación personal con Jesús produce “vida en abundancia” en cada uno de nosotros; y que anunciar y hacer presente a Jesús es ofrecer y sembrar “vida en abundancia” donde estemos y por donde pasemos, hagamos lo que hagamos. Aún en las etapas de más desierto y soledad se debe experimentar el valor “apostólico” de la oración y el sentido redentor de las cosas más sencillas y cotidianas. Lo que permitirá que se hagan todas las renuncias que sean necesarias, y se hagan con alegría, es haber descubierto que el propio tesoro es Dios. Nadie será feliz por el mero hecho de renunciar a algo, sobre todo cuando lo que se deja es algo bueno y valioso. La felicidad resulta de haber descubierto el tesoro: “El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre lo vuelve a esconder y, de tanta alegría, vende todo lo que tiene para comprar el campo”, ( Mateo 13,44 ).

Por último, el factor que nos permite permanecer firmes y alegres en medio de las dificultades, aquello que hace que perseveremos con paciencia en medio de las pruebas y/o de la rutina de la vida, el secreto que nos permite ser fieles a los compromisos públicamente asumidos aunque nos toque experimentar la cruz, es la relación personal con Jesucristo. Sólo un vínculo estrecho y afectivo con Él, experimentar que nuestra vida se transforma cada día más en Él y cultivar una relación de “enamoramiento” con Él puede ser la fuente de una resistencia o aguante que humanice. Me atrevo a decir que cualquier otra motivación para perseverar, separada de este tipo de vínculo con Jesús, es puro voluntarismo; esconde el miedo a perder las seguridades que brinda la comunidad; deriva de una falta de libertad interior para comenzar de nuevo.


La cruz: camino de acompañamiento Montfortiano:

Reflexión 1:

* Poner a los jóvenes a discernir ¿cuál es su cruz más profunda?
* ¿Con qué actitudes he asumido la Cruz? Rechazo, gusto, carga, fortaleza…
* ¿Cómo cada uno ha podido ir superando las crisis que le tocó vivir a lo largo de la vida?. ¿En qué me apoyé?, ¿Qué aspecto me salvó?, ¿Qué me hizo reaccionar?, ¿ Qué movió en mí alguna persona o situación y me ayudó a salir?, ¿Qué se movió en mí para que yo saliera de la situación difícil?.
* ¿Qué es lo que yo siento frente a tantas crisis y abandonos en el seguimiento de Cristo? ¿Cómo me sitúo frente a ello? Tratar de sacar los sentimientos, preguntas, dudas, miedos... que suscita en cada uno este hecho.


Reflexión 2:

Ø Destacar cuál ha sido el texto bíblico que más me ha ayudado en mi proceso formativo en cuanto a fidelidad, me ha aportado luz en los momentos difíciles y me ha ayudado a encontrar tanto consuelo como elementos para interpretar las crisis que me ha tocado vivir?

Ø ¿Qué es lo que más me ha ayudado a formar para la perseverancia? Experiencias, situaciones, herramientas, etc.

Ø ¿Qué me ha ayudado a ser feliz en medio de la persecución, del dolor, de la rutina y de las incomprensiones? Personas, situaciones, Instrumentos, etc.

Ø Describir cuáles son los elementos ( medios, herramientas ) en nuestra cultura, que favorecen una fidelidad gozosa y creativa?

Ø ¿Cuáles han sido las experiencias que te han ayudado a armonizar bien en tu vida “felicidad” y “sacrificio” (cruz, dolor, frustración...)? ¿Cómo ha sido? ¿Podrías compartirlo? ¿Qué te ayudó a hacerlo?

Ø ¿Cómo he abrazado, mis propias limitaciones como una forma de unirme a la cruz de Cristo?

Ø ¿Hay algún cambio que Cristo quiera en mi vida y que en conciencia deba hacer, pero no lo hago por miedo al sacrificio? ¿Estoy dispuesto a hacerlo?



NOTAS
[1] San Luís María de Montfort, “libro de oro” de la espiritualidad montfortiana AC, Bogotá 1997, Pág. 173 num. 28.
[2] San Luís María de Montfort, “libro de oro” de la espiritualidad montfortiana AC, Bogotá 1997, Pág. 1184 num. 49.

Itinerario 4: ITINERARIO INTERIOR CON MARÍA EN EL TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN



ITINERARIO INTERIOR CON MARÍA EN EL TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN
Por:
Edinson Orlando Herrera B., smm

EL CAMINO INTERIOR DE CONSAGRACIÓN


VD. 119 Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella debe formar, no será igualmente comprendida por todos: algunos se detendrán en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí: será el mayor número; otros, en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán en el primer grado. ¿Quién subirá al segundo? ¿Quién llegará hasta el tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en él habitualmente? Sólo aquel a quien el Espíritu Santo de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su madurez sobre la tierra y perfección de su gloria en el cielo.


En la búsqueda de pistas para el acompañamiento montfortiano es cierto que nos encontramos con diversos itinerarios propuestos por San Luis en su experiencia y cultivo espiritual; entre ellos, encontramos este (VD 119) acerca de la consagración total en clave interior.


Aquí, nuestro fundador apela a la búsqueda de lo esencial en el proceso de todo cristiano de pertenecer voluntariamente a Jesucristo, Rey y Señor de la vida misma por manos de María santísima (Cfr. VD 1): configurarse con Cristo Jesús. Por ello, una vez comprendido el necesario papel de María en la experiencia personal cristiana (primer momento del itinerario con María), se hace útil encontrar el fundamento para una devoción práctica de perfección que encamine a cada ser humano hacia Dios y que a su vez es parte de un camino de acompañamiento propio nuestro.


El interior que ella debe formar. El ser humano no es sólo una expresión externa, es también expresión de lo que abunda en su corazón (Ver Mt 12, 34b). En consecuencia, en el proceso de encuentro con Dios, de desarrollo pleno de la humanidad del ser humano, lo que se forma es el interior de cada ser humano, el lugar en que los secretos maravillosos de la Cruz, de la Sabiduría se revelan a los preferidos (Ver ASE 174), a los que están desapegados del mundo, libres (Ver ASE 195; SA 7-8. 11-12; VD 169), en cuanto hombres capaces de vivir desligados de los bienes del mundo tanto materiales como espirituales (Ver también ASE 197). La vida interior comienza así por el conocimiento cada vez mayor y conciente de sí mismo. San Luis, desde aquí, pone las bases para una actitud real de conversión y de deseo de alcanzar la perfección del Padre del cielo en Jesús. El interior, es aquello que Dios conoce del ser humano (Cfr. Mt 6, 4-6. 17-18), y aunque sea tan secreto, nada se librará de ser revelado (Ver Mc 4, 22 y par) y, por ello, será juzgado por Dios según el Evangelio que al hombre se le predica (Cfr. Rm 2, 16). Es decir, que al acercarnos a acompañar el camino del hombre que conoce y sabe algo de Dios, del papel de María en su vida, será necesario hacer un viaje conciente hacia el interior de sí mismo, pues es ahí donde se oculta la miseria y realidad profunda, que a veces le impide la libertad en su vida ante los demás en cada hombre y mujer, así como la materia en bruto del camino hacia la plena madurez. Para este trabajo de conocimiento interior hay diversas técnicas o ayudas que San Luis da, y la sicología aporta; es importante no absolutizar ninguna como definitiva, ni “casarse” con determinado método.



Pues bien, el interior del ser humano entonces es el lugar privilegiado para la libertad plena en Dios, de su humanidad misma, es el lugar privilegiado en el que Dios habita desde el principio –en concreto desde el bautismo–, el lugar donde surge la capacidad humana de realizarse y asumir una actitud constructiva y cristiana ante su vida, sus situaciones, su realidad, para luego lanzarse a asumirla y vivirla en plenitud. El acompañamiento perfecto, como la devoción perfecta, está encaminado al interior que él debe formar.



Por ello, el acompañamiento debe incluir el retiro y la oración como parte fundamental del hombre en el cultivo de su vida interior, de donde proviene su gloria real, como en María (Ver VD 11. 196) y donde se va realizando verdaderamente la obra de la perfección (VD 196). Vale la pena entonces amar y hacer amar la vida interior[1], el lugar en que Dios habita y nos fortalece y nos va humanizando, conduciendo hacia él. Dios mismo, que allí habita da la intuición e inspiración correcta al ser humano en su cotidianidad. Desde aquí, De Fiores, tiene razón al expresar en las conclusiones de su tesis[2] que “la devoción a María es vista por Montfort como un descentrarse de sí mismo y como camino dinámico hacia Cristo y hacia la experiencia de la filiación divina.” Más adelante se ampliarán las características de esta devoción interior que Montfort nos presenta como itinerario de vida cristiana.



No obstante San Luis, advierte que en este itinerario interior en la espiritualidad vivida por el ser humano se llega a diversas maneras interpretación, según las capacidades, la fe o caprichos de los creyentes. Así, para el santo Fundador algunos se centrarán en lo exterior de su devoción (VD 116) a María, o sea en las manifestaciones visibles de devoción. Otros, por su parte, irán un poco más allá, hacia el interior, que se realiza en tres grados, hasta el más eficaz. Pero, Luis María no expresa concretamente en qué consisten estos tres grados, tan sólo refiere el tercero y lo amplía.



Ahora bien, buscando alguna pista que nos acerque e ilumine un poco sobre lo que Luis de Montfort quiere decir con los tres grados del itinerario formativo del interior de esta devoción, encontramos en el ASE (30) que existen así mismo tres grados de piedad revelados en el Eclesiástico (24, 22-23). Estos grados de piedad son constitutivos del ambiente que rodea el acompañamiento (oración, retiro), por ello son importantes a la hora de pensar en una acción eficaz que permita a los actores del acompañamiento distinguir aquello que realmente buscan:



1. Escuchar a Dios con humilde aceptación. Acción que es sencilla de ejercer a la hora de querer acercarnos al Señor, nos permite aceptar sus enseñanzas, su Palabra. Aquí se juega el creyente, la capacidad de apertura a la Voluntad de Dios en su interior, es esta la garantía que tiene el hombre de parte e Dios para nunca fracasar, pero necesita una actitud especial: la humilde aceptación, que sólo se aprende en María y la actitud misma de Jesús en su oración al Padre ante la evidente hora de su pasión. Esta característica, implica para el acompañante, tener afinado su oído a la voz de Dios en los signos de la vida de su acompañado (atenta escucha) y para el acompañado implica adentrarse en la Escucha de la voz de Dios contemplando su mensaje y actitud en su Palabra, que puede iluminar siempre su vida.



2. Obrar en él y por él con perseverante fidelidad. Esto ya exige un sacrificio mayor para el creyente, pues le pide estar atento a sus acciones, a su manera de obrar, de expresar, de realizar lo que descubre que Dios le exige constantemente. Esto es, obrar fielmente de acuerdo con la voluntad de Dios descubierta en su humilde escucha. Se pone en juego entonces, la capacidad del hombre para ser fiel con constancia y sin titubeos y para poner en práctica la Palabra de Dios, teniendo a Dios mismo como el centro y la fuente que motiva su existencia, para encaminarse a buscar agradarle a él, configurarse con él.



Este tercer grado de piedad, del cual nos habla Luis María, es el grado de piedad más perfecto, como lo es el tercer grado del interior formado por una devoción verdadera:



3. Adquirir la luz y unción necesarias para inflamar a los demás en el amor a la Sabiduría y conducirlos a la vida eterna. La experiencia de Dios, pone al ser humano, a conjugar como San Luis de Montfort (Ver C 5) su interior con lo apostólico, pues su piedad es tal, que ahora puede tener la luz y unción para hablar de Jesucristo, como ha sido acompañado, entonces, está también en capacidad de acompañar a otros, es promovido por Dios mismo al apostolado, a la misión. Como Dios embarga su corazón, le posee, ahora tiene una noticia profundamente novedosa para contar los demás. Se convierte con ello en instrumento real de Dios para continuar su obra redentora, salvífica. Aquí se refugia el carisma particular de la Compañía de María[3].



El padre de Montfort, centra nuevamente la atención en la intención y vocación fundamental, verdadera del todo creyente que “consiste en adquirir la santidad de Dios” y en razón de ello le recomienda que oriente a aquello “todos tus pensamientos, palabras y acciones, tus sufrimientos y las aspiraciones todas de tu vida. De lo contrario, haces resistencia a Dios, por no realizar aquello para lo cual te ha creado y te conserva la vida” (SM 3). El papel del acompañamiento se realiza en cuanto es para ser instrumento de santificación, de configuración con Cristo Jesús (Ver además LG 40).



Volviendo al itinerario propuesto, es el momento en que Montfort advierte en que este tercer grado de penetración en el interior de la devoción (o también del acompañamiento) es un secreto que sólo el Espíritu Santo de Jesucristo otorga.



Es el Espíritu Santo quien realiza tal obra de configuración de la persona con Cristo, no es ni el esfuerzo puramente humano del acompañado ni las capacidades o técnicas del acompañante; es la obra propia del único protagonista real del camino devocional, del camino hacia Dios: El espíritu de Jesucristo. De esta manera, quien va realizando la transformación del hombre en su Dios es Dios mismo, en su Espíritu, revelándole y haciéndole crecer en gracia, en virtud, dándole la luz necesaria para ello. De la apertura del hombre a Dios, es que él mismo puede adquirirlo en su vida y pertenecerle totalmente hasta manifestarse como un ser humano plenamente maduro en su seguimiento de Jesucristo para así acceder a su gloria en el cielo. El itinerario de santidad le exige al ser humano aspirar a su creador en su interior y permitirle que sea él quien se apropie de él en él. En consecuencia, el acompañante no puede pretender configurar a nadie con Cristo, sólo necesita la luz y unción necesarias para inflamar a su acompañado a abrirse –como él busca estarlo- a la acción del Espíritu.



Hablamos así de un camino hacia la Sabiduría, “que no se deja encasillar en un esquema predeterminado. Así tiende a concebir grandes proyectos, apunta a una perfección fuera de lo común, encuentra nuevos caminos en materia de devoción, tiene intensos deseos misioneros, se siente impelido a realizar los movimientos interiores…”[4] a la manera en que Luis de Montfort lo hace, desprendiéndose de sí mismo al ponerse por completo en las manos de María.



Este itinerario, muestra con claridad cómo Luis de Montfort logra poner desde entonces un criterio clave en el discernimiento y firme para el acompañamiento espiritual: Jesucristo es el objeto fundamental del discernimiento, puesto que en el discernimiento suyo están incluidos de algún modo todos los demás[5]. Es desde Jesús como llegan al hombre las gracias y virtudes hasta su plenitud en él (ver. Jn 1, 14-16). Por su parte, para lograr esto, el Espíritu, es el que determina el nivel del discernimiento en el acompañamiento; es decir, que ser “compañeros de camino de fe de cada ser humano” exige serlo “en Espíritu”, ser compañeros del camino en el Espíritu del acompañado mientras vamos viviendo el propio, pues el hombre espiritual es el único que puede hacer discernimiento espiritual[6] y por consiguiente, el único que puede ser acompañado o acompañante espiritual, y de esa manera, sabe o se ejercita en escuchar la voz del Espíritu que “nos ha sido dado por Cristo para que podamos entender el sentido de todo lo que nos ha comunicado Jesús con su vida y su palabra (Jn 14, 26; 15, 26); El nos conduce al conocimiento de toda la Verdad que es Cristo, y Cristo para nosotros en concreto (Jn 16, 13-15).”[7]


CARACTERÍSTICAS DE LA DEVOCIÓN INTERIOR PARA EL ACOMPAÑAMIENTO INTERIOR

Luis de Montfort comprende cómo para el hombre llamado a la santidad es necesario asociarse a María para lograr este cometido sin equívoco y, que esa asociación se realiza mediante la expresión interior, del hombre de vida interior de su devoción a esta buena madre. Así, la devoción interior se muestra de diversas maneras (VD 117) y, la última que enumera en su lista es la de “comenzar, continuar y concluir las acciones por Ella, en Ella, con ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, nuestra meta definitiva” (VD 257ss). Esta práctica o itinerario, como se le quiere comprender, es abordada por el santo recordando que posee una eficacia grande en la santificación de los que son llamados por el Espíritu Santo a una elevada perfección; lo que nos sugiere que este itinerario no es para todos, sino sólo para quienes se sienten movidos a más, para quienes encuentran que la exigencia del acontecimiento del Reino de Dios en sus vidas puede ser mayor. Este es el secreto para lanzarse a esta experiencia profunda de Dios en la que se pueda centrar la atención en el espíritu de la consagración, de la devoción, del acompañamiento y es más, perseverar en él (Ver SM 44).
[8]

Obrar por María

Esto es obrar conforme al espíritu de María que es el mismo Espíritu de Dios, acudiendo a su intercesión (VD 258; SM 48), en obediencia a Ella. Es decir, aquí acompañado y acompañante, cada cristiano devoto de Ella es movido a permitir que sea el Espíritu quien guíe, gobierne la acción de Dios en su corazón, dejando acontecer la Voluntad divina manifestada por el protagonista de la misma: el Espíritu. Esto no es más que dejarse guiar por el Espíritu, como se mencionaba arriba. Así, Montfort recoge en la oración de la coronilla, recordando las palabras de San Ambrosio: “more en mi tu alma, para engrandecer al Señor, more en mi tu Espíritu para regocijarse en Dios”. Sólo el Santo Espíritu es capaz de conducir al ser humano a su plenitud, a dar gloria verdadera a su Creador, a ser feliz por experimentar a Dios continuamente en su vida, pues el Espíritu de María “es suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo” (VD 258). De esta manera, el cristiano se verá transformado poco a poco en su manera de ser, de actuar, de pensar y en los mismos frutos que su vida recoge y experimenta y, será capaz de emprender grades empresas por Dios.

Para esto, el padre de Montfort, expresa ciertas condiciones a tener presentes en el acompañamiento, que sirven para el acompañante y para el acompañado, como son: el renunciar al propio espíritu, luz y voluntad para no manchar la obra divina, entregarlo más bien al espíritu de María con expresiones como: “¡Renuncio a mí mismo y me consagro a ti, querida Madre mía!” que siempre ejercen su eficacia por el sólo hecho de decirlas y va modelando al que las dice según lo que manifiesta con su boca hasta acercarlo al espíritu de Jesús, el mismo de María. Esto es promover en el ser humano la dependencia a la voluntad y providencia eficaz de Dios que nunca falla (C 2), lo que permite al hombre hacer un camino cierto en su deseo de perfección y su realización total en Dios, que debe ser su motivación principal para este itinerario de acompañamiento.

Obrar con María

Esto es vivir en imitación a María, lo que sucede como consecuencia y profundización de lo anterior, pues se la toma como el modelo acabado de toda virtud y perfección formado por el Espíritu santo (VD 260). Aún con las limitadas capacidades personales, acompañante y acompañado son llamados a preguntarse ante las acciones a realizar: ¿cómo lo hizo o haría María? San Luis recomienda examinar y meditar las virtudes de María en especial:

1) su fe viva, por la cual creyó sin vacilar en la palabra del ángel y siguió creyendo fiel y constantemente hasta el pie de la cruz en el Calvario;
2) su humildad profunda, que la llevó siempre a ocultarse, callarse, someterse en todo y colocarse en el último lugar; lo cual le servirá para cultivar la escucha de humilde aceptación al Espíritu;
3) su pureza totalmente divina, que no ha tenido ni tendrá igual sobre la tierra. Y, finalmente, todas sus demás virtudes.

Entonces, con esto, el creyente se ve movido a abandonarse en María como en un molde que genera figuras nuevas y perfectas: hombres y mujeres portadores y reflejo de Jesús en sus vidas. No deja de recordar San Luis, cómo ha sido necesario que la persona haya renunciado al propio egoísmo, a los propios y mejores puntos de vista, anonadándose ante Dios, haciendo conciencia de la propia incapacidad para todo bien sobrenatural y para toda acción útil a la salvación propia (SM 46), que son obras de Dios, que sólo él puede realizar.

Aquí, el ser humano se une y participa de las intenciones de María y, por ende, de las de Jesucristo, aunque no las conozca; se pone en sintonía con la obra de Dios en su vida según su beneplácito y gloria.

Obrar en María

Esto es actuar en unión íntima con Ella, recogerse en el interior haciéndose la imagen espiritual de María para entrar en Ella como en el santuario donde Dios está y se puede encontrar sin ser rechazado, como en La torre de David que defiende de enemigos, como en lámpara encendida que ilumina el propio espíritu y lo inflama en el amor divino, como el único todo ante Dios y recurso universal (SM 47), como en el paraíso donde esta el verdadero árbol de vida que purifica con su aire, donde ilumina el sol borrando toda sombra, donde arde la caridad inextinguible y corre el río de la humildad que riega con sus brazos el corazón de virtudes (cardinales).

Estas imágenes las da Montfort para animarse a contemplar las maravillas y bondades de quien se sumerge en María y así estando en Ella, se aleja del pecado, del enemigo, del error; cosa que solo el Espíritu hace posible el acceso a este lugar divino para que se pueda formar Jesucristo en el hombre. Aquí se manifiesta el sello de alianza entre el devoto y su Reina, entre el acompañado y quien hace posible la acción real del espíritu en el discernimiento y el acompañamiento. Es decir, la pieza clave del itinerario hacia la perfección cristiana es la unión con María para llegar a unirse con Jesucristo.

Obrar para María

Esto es ponerse al servicio de María, lo cual le da un toque apostólico a la cercanía y unión con Ella. Todo se realiza para ella y se acompaña con expresiones como: “por ti, amada Reina mía, voy acá o allá, hago esto o aquello, sufro esta pena o aquella injuria” (SM 49). Se constituye María en la dueña nuestra, en la Reina y Señora sin que sea nuestro último fin –que lo es sólo Jesucristo- sino el más próximo para llegar a él. La actitud fundamental del creyente es la del siervo o del esclavo, pero por voluntad propia. Esto trae como consecuencia para el cristiano la capacidad para dar su vida, de emprender grandes empresas y defender a su Señora y por ello a su Señor, para gloria de Él.



El acompañamiento se constituye aquí en un camino de perfección que discierne las acciones en función del Reino de María, el de Jesucristo, el de Dios, puesto que hace al fiel compartir su experiencia divina, protegerla y defenderla buscando sólo la gloria de Dios, más no la propia.

En consecuencia, para este itinerario de acompañamiento espiritual montfortiano, será una exigencia que el acompañante mismo ya vive, o se está lanzando a vivir. Es este el itinerario de la madurez espiritual, de la búsqueda y consecución real de la santidad. Es el itinerario de los que desean profundamente la Sabiduría.

Itinerario de Vida Interior, itinerario de Configuración con Cristo.

1. Motivación esencial: Configurarse con Cristo, llegar a la madurez y plenitud espiritual, a la perfección del Padre.

2. Conocimiento interior: viaje al interior de sí mismo mediante el conocimiento conciente y continuo de sí, ayudado por la oración y el retiro. Se debe tener en cuenta en este momento:


2.1 Amar y hacer amar la vida interior: hacer conciencia de la vida interior, asumir la actitud de la conversión.
2.2 Atención a la voz del Espíritu: Hacer el camino abriendo el Corazón al Espíritu de Jesucristo, para discernir con libertad, con la eficacia del Espíritu y asumir con humilde aceptación la voluntad divina, como María.
2.3 Contemplar a Jesucristo: es él quien se convierte en el objeto de discernimiento y medio más profundo de conocimiento personal.

3. Tener presente en todo el proceso a María. Itinerario del cultivo de vida interior, de Cristo en la propia vida: Esto implica una apertura y abandono mayor a María:


3.1 experimentando continuamente la necesidad de María en el corazón, en la vida toda, acudiendo a su intercesión y en obediencia a ella, de manera que el Espíritu es siempre quien guía el camino. Aquí se busca promover la experiencia de San Luis de depender / vivir a la Providencia;
3.2 contemplando sus virtudes para obrar con ella. Implica la renuncia a sí mismo;
3.3 para abandonarse en ella, unirse a ella de manera que nada pueda dañar su intención y caminar en pos de su Hijo, para no perder de vista el deseo real y profundo de configurarse con Cristo;
3.4 haciendo el propósito explícito de servir a María y por ella a Jesucristo mismo compartiendo su experiencia de Dios a los demás, llevando la Buena Noticia en la acción apostólica o misionera, hasta al acompañamiento mismo.


NOTAS



[1] Esta es una actitud propia del acompañante montfortiano frente a su acompañado, y le exige ser un hombre de oración profunda, que como Montfort ame la vida interior, el retiro, la oración en su deseo propio de configuración con Cristo Jesús.
[2] Ver subsidio facilitado por Jaime Oved de De Fiores. Itinerario espiritual de San Luis María de Montfort. Capitulo conclusivo. p. 14
[3] Ibid. p. 9. De Fiores cita a Blain, quien expresa cómo Montfort habla y pide a “sus discípulos la sabiduría apostólica, como carisma particular, capaz de unificar en perspectiva misionera toda la vida.”
[4] Ibid. p. 4-5
[5] Ver RUIZ JURADO, Manuel. El discernimiento Espiritual: teología, historia, práctica. Madrid: BAC, 1994. p. 24
[6] Ver Ibid. p. 16-18
[7] Ibid. p. 24
[8] El orden de explicación que San Luis emplea para explicar su itinerario varía una vez lo aborda en el Tratado (258ss) como también cuando lo aborda en el Secreto (45-49). Aquí vemos el orden asumido por él en el Tratado.