miércoles, 15 de octubre de 2008

EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL



EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
Por: Edinson Orlando Herrera Bedón, smm

Ya en el artículo sobre el acompañamiento y la dirección espiritual en la experiencia de nuestro santo Fundador encontrábamos cómo el creció en un ambiente de profundo respeto por el papel del director espiritual como gobernante la vivencia cristiana de la persona, guía. Por lo que expresaba para los miembros de la pequeña Compañía cómo debían «Obedecen a su director espiritual –que es siempre de la Compañía– en el gobierno de sus conciencias, explayando ante él su corazón como el agua, con entera confianza, no haciendo ni omitiendo nada considerable sin habérselo hecho saber y sin haber recibido su aprobación o permiso.» (RM 20)

No así, había algunos apartados de su vida que no se podía entrever su papel concreto como director o acompañante, entre ellos lo vivido en la correspondencia que tuvo con María Luisa Trichet, de la cual prácticamente no tenemos más dato que el hecho de haber sido quemada por consejo del mismo San Luis; como también la manera en que obraba para instruir a su discípulo más fiel y cercano: Maturin. Sorprende en la experiencia de Montfort, cómo él creciendo en un ambiente de dirección espiritual no se amolda del todo a ello, su deseo profundo de santidad le lleva a tomar decisiones y a una capacidad de discernimiento de las situaciones que es admirable, por encima del mismo director espiritual; es decir, que era un hombre embargado por la humildad ante Dios, tanto, que podía llevar su ritmo propio de camino hacia santidad, auspiciado ciertamente de una grandiosa experiencia espiritual de vida, oración, trabajo y estudio propios para las necesidades mismas de la misión, llegando a definir sus intuiciones misioneras en la Bretaña francesa por lo cual los misioneros seguidores de su espíritu misionero son llamados por Dios para las misiones en pos de los apóstoles pobres (Ver RM 2) buscando revelar el misterio de la salvación a quienes no lo conocen y ayudar a descubrirlo de nuevo y profundizar en él a quienes ya han escuchado la Buena Noticia, mediante una toma de conciencia renovada del sentido de su compromiso bautismal. (MH 9); sin embargo, no podemos olvidar ocasiones en que la ingenuidad y confianza de San Luis le llevaron a aprender a la fuerza sobre aquellos que le querían seguir más luego le engañaban para forjarse en él la idea de hombres llamados por Dios para las misiones.


Por consiguiente, al leer hoy a San Luis y los datos que nos da sobre el modo de acompañar desde el tinte propio implica tener presente un itinerario para quienes nos hallamos ene este recorrido dentro de la escuela de María, como lo ha señalado la Ratio última que hemos recibido:
“En la escuela de María, nuestro recorrido de formación es un itinerario específico de consagración montfortiana: comulgamos con la fe pura de María: VD 214, que nos conduce a la inteligencia del espíritu que refleja su dócil acogida y obediencia a la voluntad de Dios: Lc 1, 26…; Jn 19,25… aquí cada montfortiano se ve siempre mejor introducido en una prudente humildad y en la “libertad de aprender durante toda su existencia, a cualquier edad y en todas las estaciones de la vida, en cualquier ambiente y contexto humano, de toda persona y de toda cultura” (Partir de nuevo de Cristo, 15). Como Jesús se hizo dependiente de María en su humanidad, nosotros dependemos de ella para llegar a una humanidad renovada.

Este itinerario comprende también actitudes que hacen posible y realizable nuestro camino de formación. Las principales son:
- La Implicación entera, responsable y activa de la persona, primera responsable del proceso educativo: Jn 2,1-11
- Una actitud fundamentalmente positiva en las confrontaciones con la realidad, actitud de reconciliación y gratitud frente a su historia personal y la historia de los otros: Lc 1, 39-56.
- La Libertad interior y el deseo de dejarse “instruir a partir de todo fragmento de verdad y de belleza que haya alrededor de si” (Partir de nuevo de Cristo, 15)
- La capacidad de relación con la alteridad, es decir, de integración fecunda –activa y pasiva– de la realidad objetiva, otra y diferente de mi, hasta dejarse formar por ella: Lc 2, 33…"[1]

Esto en una actitud de conversión continua, respondiendo al llamado a ser libres, que nos conlleva a una manera de ser que nos es propia[2]. Tal itinerario espiritual permite hacerse un mejor y verdadero discípulo de Cristo en una unión e incorporación creciente y progresiva con él.[3] En este itinerario se distingue plenamente la clave hacia el acompañamiento, tanto en la experiencia del acompañante como en la del acompañado: la humildad responsable como nota actitudinal característica del proceso del acompañamiento, movidos por el deseo profundo de la Santidad, de llegar a ser perfectos como el Padre del cielo lo es.

Entonces, resulta de gran pertinencia tener en cuenta una
“atención al crecimiento humano que tendrá diferentes características según las diferentes etapas de la vida… El joven deberá ante todo probar su madurez, buscando el pleno conocimiento de si mismo en la perspectiva de una opción responsable y libre. Para ello se le ha de ayudar a descubrir su capacidad de autonomía lo mismo que sus posibilidades y sus limitaciones. Igual se hará respecto de su capacidad de relación y de colaboración con los otros. Se prestará atención muy particular a las dimensiones sicológicas y afectivas de la persona y a su capacidad de fidelidad a largo plazo”[4]

Ahora bien, ya sabiendo algunos detalles sobre las actitudes del director, que se pueden tener presentes en el acompañamiento[5] se hace necesario tratar de encontrar una definición sobre los que nos interesa en concreto: el acompañamiento espiritual, teniendo presente que Luis de Montfort, aunque creció en ambiente de Dirección, siempre logró llevar su propio ritmo, con lo que sólo se permitió dejarse acompañar y ser acompañante en cuanto a la distancia con su director y acompañados que le hizo realizarlo casi todo por correspondencia, desconociendo con certeza la experiencia de acompañamiento con los que caminó en las misiones, sus discípulos más cercanos. El acompañamiento junto con el diálogo clarificador, es comprendido hoy como una estrategia para la construcción del sentido de vida y por ello implica ser compañero de camino.[6] San Luis era un caminante, un peregrino en su hacer y su ser mismo, y desde allí asume el acompañamiento de la que sería religiosa, de los que serían siempre miembros de la Compañía de María. Por el camino les animaba y orientaba y, nada raro que en los retiros les instruyera.

De aquí pues, que el acompañamiento se base en una búsqueda, un deseo y un compromiso. La búsqueda nace en el interés por encontrar respuestas a inquietudes, por lo que el proceso se da entre la claridad y la confusión aparentes, enmarcados en una historia propia de la relación con Dios y su entorno.[7]

Así, el acompañamiento es “el espacio fundamental para que la gracia de Dios pueda acontecer, es decir, en el acompañamiento Dios toma la iniciativa del encuentro.”[8] Por consiguiente el acompañante, es instrumento de Dios, y deja que Dios acontezca en el acompañado, que el acompañado se encuentre con Dios en un proceso de confrontación y discernimiento. Es más, el acompañamiento jamás es una terapia psicológica –advierten los autores-, aunque sea terapéutico, pues es el encuentro con Dios el que transforma y ordena. El acompañamiento tiene en cuenta, como sabemos, que el protagonista real es el Espíritu de Dios, que va guiando y orientando al ser humano en particular hacia Dios mismo, como lo ha hecho siempre con la Iglesia desde los tiempos apostólicos (Ver Hechos de los apóstoles).

Para tener en cuenta en el acompañamiento

Si nos detenemos a indagar sobre estos apuntes en la vida de san Luis realmente fueron posibles, sin embargo, aquí tan sólo las enuncio para reflexionar y meditar en nosotros mismos.

Claridad. Aunque se realicen estrategias y herramientas psicológicas en el acompañamiento, jamás es este una acción terapéutica. Es el encuentro de dos creyentes ante Dios para descubrir su voluntad. Esto evita tensiones y confusiones. Es un diálogo entre creyentes.

No basta la buena intención. Nadie da de lo que no tiene. Quien acompaña es porque vive el acompañamiento. Esto facilita el encuentro de la persona con Dios

Límites. En toda relación humana los principios mínimos fijados facilitan el desarrollo y claridad de lo que se pretende o busca. Estos límites dan transparencia al proceso.

Intenciones. Clarificar las intenciones que se tiene. Es el acompañamiento el espacio privilegiado del encuentro entre creyentes con Dios. Es necesario el diálogo entre Dios y el acompañado, entre Dios y el acompañante: oración – discernimiento.

Roles. Los autores proponen tres tipos de roles falsos presentes en toda relación: perseguidor, salvador y víctima. Los primeros, son quienes quieren corregir al mundo y dicen qué está o no correcto, para todo tienen una palabra y una acción. Si las cosas, algo o alguien no salen como piensa, o se le oponen entonces asume un nuevo enemigo natural. Sólo ven defectos y fallas en lo otro y los otros; expresan: ¡¿no te lo dije?!, eso te sucede porno hacerme caso, ¡fíjate! Yo te avisé, como no le creen a uno, ahí tiene por… Los segundos, quieren cuidar a todo el mundo, siempre quieren ayudar y de alguna manera terminan desvalorizando toda iniciativa y creatividad de los otros; generalmente son quienes necesitan afecto, pero no lo saben pedir ni recibir y terminan dándolo a los otros, más de lo necesario, crean dependencias afectivas; expresan: tengo que ayudarlo, es que … me necesita, yo soy el único que le entiende o ayuda, ¿qué voy a hacer por esta persona?, es que es tan frágil… Los terceros, hacen de su vida una incapacidad, es ésta el resultado de los demás, no asumen sus propias responsabilidades, por lo que siempre tienen disculpas y justificaciones para no cambiar su vida y e hacen impotentes ante nuevas situaciones, decisiones y opciones; se expresan así: Uno bruto como yo quien los contrata, a mi siempre me pasa esto, que mala suerte tengo, soy un salado, nada me sale bien, nuevamente me pasa y a mi precisamente, ¿cómo salgo adelante si no tengo…?

Estos roles son asumidos con afán consciente o no, por muchas personas, hasta nosotros mismos pasamos de uno a otro rol. Las relaciones entre estos roles pasan de menos a más o de más a menos, o de menos a menos. Sin embargo, en el acompañamiento se trata de un encuentro de dos creyentes, entre dos personas, creyentes, entre dos “yo”: más-más, “yo”-“yo”[9]. Esto hace posible hacerse compañero de camino, tomando como referencia iluminadora la experiencia del Resucitado con los discípulos de Emaús, quienes están en el papel de victimas, exponiéndose a aceptar un perseguidor o un salvador dependiendo de éste. Jesús se mente en el camino de los discípulos y establece una relación de persona a persona, de resucitado a resucitado, actuando como un espejo que refleja y lleva a tomar conciencia a los discípulos de los sucedido, preparando con ello el terreno para la resurrección.


Lo que NO es el acompañamiento.

Las características mostradas aquí, se presentan de manera positiva desde lo que es el acompañamiento.

- Dirigir. Se va a ritmo del acompañado. Se trata de acompañar la acción del Espíritu, sin jerarquías. Dirigir produce en el acompañado: resistencia, dependencia, pasividad y rebelión.

- Normativizar. La configuración en el acompañamiento es con Cristo, por ello se confronta la historia personal con Dios. Normativizar produce: miedo, sumisión, rabia, hipocresía y resentimiento.

- Sermonear. Quién descubre lo que no va bien en la vida es el mismo acompañado en la medida en que la gracia actúa, no lo hace el acompañante, quien debe orar para que acontezca Dios en la persona. Moralizar y sermonear produce: sentimiento de culpa, mecanismos de defensa, incredulidad, rabia en indiferencia.

- Aconsejar. Como el acompañante se ve movido a no callar, su tarea está en descubrir el paso a dar del acompañado en su encuentro con Dios. El mayor bloqueo del acompañado es el EGO (yo mismo, mi egoísmo), por ello ante una situación es él quien maquina la solución desde su perspectiva. Esto evita que e acompañado se desligue de su propia responsabilidad con su propia vida. Al acompañado no se le debe hacer fuerza para convencerlo, pues es vulnerable. Aconsejar produce: dependencia, inferioridad, quita creatividad, no profundizar en el problema, cansancio, no resolver nada y ponerse a la defensiva.

- Juzgar. No se trata de actuar como juez. No se evalúan resultados, se confronta; es decir, se muestra las diversas perspectivas, las diversas realidades que subyacen sobre la que se muestra para descubrirlas e interpretarlas. Se prepara al acompañado para que pueda ver de diferente manera una realidad. Juzgar produce: inseguridad en sí mismo, baja autoestima e inferioridad.

- Interpretar. El centro del acompañamiento es el acompañado en su encuentro con Dios. Por ello, el proceso no le corresponde al acompañante por muy preparado que sea. Interpretar produce: actitud amenazante, frustración, miedo a comunicarse, inferioridad y falsa seguridad.

- Consolar. Aunque el encuentro con Dios sea doloroso, el acompañante debe dejar que suceda, sin ponerse en el papel de salvador. Las lágrimas son signo del encuentro con Dios y el dolor una manera de expresar lo que e lleva dentro –expresan los autores-. Es fructífero el encuentro cuando se ve en silencio el dolor sanador del otro y no se interviene. Este silencio que acompaña es mediador de la gracia. Consolar produce: represión de los sentimientos, falsa seguridad, retroceso en el proceso, manipulación del acompañante y sentirse digno de lástima.

- Investigar. No se trata de interrogatorios para saber intimidades o detalles de la realidad del acompañado. El silencio es importante aquí. Las preguntas han de ser generales y abierta, que den apertura al acompañado para expresar lo que estén dispuestos a compartir. Investigar produce: miedo, inseguridad, silencio, mentira y tendencia a esconderse.

- Ponerse como modelo. El acompañante no es modelo de nadie. El único modelo es Cristo Jesús. No se debe caer en la tentación de hablar de la propia cosecha. El proceso de cada ser humano es diferente, aunque se parezca. Esto produce: inseguridad, heteronomía, rechazo, debilidad, desconcierto y falta de respeto a la propia individualidad.


LA DINÁMICA DEL ACOMPAÑAMIENTO EN LA PERSPECTIVA DEL RESUCITADO

Hacerse compañero de camino

La propuesta de Arango y Meza, parte desde el episodio de los caminantes de Emaús en que el Resucitado se hace compañero de camino. Aquí, pedagógicamente, acompañante y acompañado entran en un proceso de aprendizaje, construcción, designado con la palabra SABER, es entonces, el camino de Saber acompañar.

Primer momento: SABER PREPARAR. Ver Lc 24, 13-16. El resucitado buscó su lugar en la conversación, en el camino. Es compañero de camino desconocido, imperceptible. Entonces se acerca y sigue con ellos, va al ritmo del acompañado. Entonces, esto implica determinar modos y tiempos oportunos para “llegar” al proceso del acompañado. Actitud: PRUDENCIA.

Segundo momento: SABER INICIAR. Ver Lc 24, 17a. Es acercarse para escuchar. Atender a lo expresado para realizar preguntas inteligentes. El resucitado hace una pregunta “ingenua” pero precisa y eficaz, como herramienta para que el acompañado realice su interiorización.

Tercer momento: SABER DIALOGAR. Ver Lc 24, 17b-24. Esto es encarnar la palabra en la realidad de los compañeros de camino. Se trata de permitir que el acompañado exprese su palabra desde su realidad, así el corazón arde y se restaura el rostro de Dios en él y sus hermanos en procesos de autocomprensión y comunicación. Ellos cuentan su historia como la sienten y viven. El resucitado sólo escucha, sin intervenir, entiende la historia contada en su globalidad.

Cuarto momento: SABER CONFRONTAR-DISCERNIR. Ver Lc 24, 25-27. Se necesita lucidez crítica ante el anuncio del Reino frente al anti-reino. Es contar la misma historia desde aquella clave aún no considerada. El resucitado are posibilidades y da herramientas de comprensión desde otra perspectiva. Ver la realidad con esperanza.

Quinto momento: SABER CELEBRAR. Ver Lc 24, 28-30. Celebrar recupera la festividad y capacidad de apreciar las situaciones con más claridad. Donde la relación más-más hace testigos de la resurrección y acción de Dios. Es el momento de compartir, agradecer, orar, alabar.

Sexto momento: SABER DECIDIR-TESTIMONIAR. Ver Lc 24, 33-34. El otro se hace testigo, la palabra se hace posibilidad de Vida, donde se tiene la posibilidad de mostrar que el Señor está vivo.

Séptimo momento: SABER RECUPERAR-SISTEMATIZAR. Ver Lc 24, 35. Es recuperar la historia, hacerla conciente, recuperar las narrativas. Se entiende la propia historia, sujeto de la acción de Dios.


Octavo momento: SABER FINALIZAR. Ver Lc 24, 31-32. Se desaparece para que el otro surja y asuma nuevamente su vida, sin generar dependencias, dejando el corazón encendido y resucitado.




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[1] COMPAÑÍA DE MARÍA. Juntos… tras las huellas de los apóstoles pobres: formación para la vida montfortiana. Roma: Abilgraph. 2005, p. 93-94, 146-147.
[2] Ibid. 148-151
[3] Ver Ibid, 55
[4] Ibid. 51-52
[5]Ver articulo sobre La dirección y el acompañamiento en la experiencia de San Luis María de Montfort
[6] ARANGO ALZATE, Oscar Albeiro y MEZA RUEDA, José Luis. El discernimiento y el proyecto de vida: Dinamismos para la construcción de sentido. Colección fe y universidad. Bogotá D.C: PUJ. 115 p. ver p. 59-85
[7] Ver Ibid. p. 63
[8] Ibid
[9] Los autores citados: Ibid. ARANGO ALZATE y MEZA RUEDA hacen la propuesta de un encuentro de relación “yo”-“tu”. Sin embargo, teniendo presente a Jolif, la propuesta que hago es ésta, dado que las relaciones con el otro, lo otro y lo totalmente otro son a la par, de más - más –en la expresión ya conocida–. Por ello, al tratarse de dos personas, cada quien es un “yo” y a su vez un “tu” que se relaciona con otro que es también “yo” y “tu”. La construcción en el encuentro que se da en los niveles de más-más sugiere más bien lo que propongo. Ver JOLIF, J.Y. Comprender al hombre: Introducción a una antropología filosófica. Salamanca: Sígueme, 1969. p. 149-308. La antropología de Jolif es de origen judío y muy cercana, aunque es de tipo filosófico, a la antropología teológica; lo cual ubica la mirada cristiana en la visión del hombre completo a partir de las categorías filosóficas como una estructura formal de la reflexión antropológica, que presentan un movimiento interno en que, la totalidad (1ª categoría) tiende a constituirse dentro de la alteridad y la diferenciación, donde la dialéctica debe encontrarse a través de la totalidad, desembocando en la metafísica como la apertura de la experiencia a su más allá.

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