miércoles, 15 de octubre de 2008

EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL



EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
Por: Edinson Orlando Herrera Bedón, smm

Ya en el artículo sobre el acompañamiento y la dirección espiritual en la experiencia de nuestro santo Fundador encontrábamos cómo el creció en un ambiente de profundo respeto por el papel del director espiritual como gobernante la vivencia cristiana de la persona, guía. Por lo que expresaba para los miembros de la pequeña Compañía cómo debían «Obedecen a su director espiritual –que es siempre de la Compañía– en el gobierno de sus conciencias, explayando ante él su corazón como el agua, con entera confianza, no haciendo ni omitiendo nada considerable sin habérselo hecho saber y sin haber recibido su aprobación o permiso.» (RM 20)

No así, había algunos apartados de su vida que no se podía entrever su papel concreto como director o acompañante, entre ellos lo vivido en la correspondencia que tuvo con María Luisa Trichet, de la cual prácticamente no tenemos más dato que el hecho de haber sido quemada por consejo del mismo San Luis; como también la manera en que obraba para instruir a su discípulo más fiel y cercano: Maturin. Sorprende en la experiencia de Montfort, cómo él creciendo en un ambiente de dirección espiritual no se amolda del todo a ello, su deseo profundo de santidad le lleva a tomar decisiones y a una capacidad de discernimiento de las situaciones que es admirable, por encima del mismo director espiritual; es decir, que era un hombre embargado por la humildad ante Dios, tanto, que podía llevar su ritmo propio de camino hacia santidad, auspiciado ciertamente de una grandiosa experiencia espiritual de vida, oración, trabajo y estudio propios para las necesidades mismas de la misión, llegando a definir sus intuiciones misioneras en la Bretaña francesa por lo cual los misioneros seguidores de su espíritu misionero son llamados por Dios para las misiones en pos de los apóstoles pobres (Ver RM 2) buscando revelar el misterio de la salvación a quienes no lo conocen y ayudar a descubrirlo de nuevo y profundizar en él a quienes ya han escuchado la Buena Noticia, mediante una toma de conciencia renovada del sentido de su compromiso bautismal. (MH 9); sin embargo, no podemos olvidar ocasiones en que la ingenuidad y confianza de San Luis le llevaron a aprender a la fuerza sobre aquellos que le querían seguir más luego le engañaban para forjarse en él la idea de hombres llamados por Dios para las misiones.


Por consiguiente, al leer hoy a San Luis y los datos que nos da sobre el modo de acompañar desde el tinte propio implica tener presente un itinerario para quienes nos hallamos ene este recorrido dentro de la escuela de María, como lo ha señalado la Ratio última que hemos recibido:
“En la escuela de María, nuestro recorrido de formación es un itinerario específico de consagración montfortiana: comulgamos con la fe pura de María: VD 214, que nos conduce a la inteligencia del espíritu que refleja su dócil acogida y obediencia a la voluntad de Dios: Lc 1, 26…; Jn 19,25… aquí cada montfortiano se ve siempre mejor introducido en una prudente humildad y en la “libertad de aprender durante toda su existencia, a cualquier edad y en todas las estaciones de la vida, en cualquier ambiente y contexto humano, de toda persona y de toda cultura” (Partir de nuevo de Cristo, 15). Como Jesús se hizo dependiente de María en su humanidad, nosotros dependemos de ella para llegar a una humanidad renovada.

Este itinerario comprende también actitudes que hacen posible y realizable nuestro camino de formación. Las principales son:
- La Implicación entera, responsable y activa de la persona, primera responsable del proceso educativo: Jn 2,1-11
- Una actitud fundamentalmente positiva en las confrontaciones con la realidad, actitud de reconciliación y gratitud frente a su historia personal y la historia de los otros: Lc 1, 39-56.
- La Libertad interior y el deseo de dejarse “instruir a partir de todo fragmento de verdad y de belleza que haya alrededor de si” (Partir de nuevo de Cristo, 15)
- La capacidad de relación con la alteridad, es decir, de integración fecunda –activa y pasiva– de la realidad objetiva, otra y diferente de mi, hasta dejarse formar por ella: Lc 2, 33…"[1]

Esto en una actitud de conversión continua, respondiendo al llamado a ser libres, que nos conlleva a una manera de ser que nos es propia[2]. Tal itinerario espiritual permite hacerse un mejor y verdadero discípulo de Cristo en una unión e incorporación creciente y progresiva con él.[3] En este itinerario se distingue plenamente la clave hacia el acompañamiento, tanto en la experiencia del acompañante como en la del acompañado: la humildad responsable como nota actitudinal característica del proceso del acompañamiento, movidos por el deseo profundo de la Santidad, de llegar a ser perfectos como el Padre del cielo lo es.

Entonces, resulta de gran pertinencia tener en cuenta una
“atención al crecimiento humano que tendrá diferentes características según las diferentes etapas de la vida… El joven deberá ante todo probar su madurez, buscando el pleno conocimiento de si mismo en la perspectiva de una opción responsable y libre. Para ello se le ha de ayudar a descubrir su capacidad de autonomía lo mismo que sus posibilidades y sus limitaciones. Igual se hará respecto de su capacidad de relación y de colaboración con los otros. Se prestará atención muy particular a las dimensiones sicológicas y afectivas de la persona y a su capacidad de fidelidad a largo plazo”[4]

Ahora bien, ya sabiendo algunos detalles sobre las actitudes del director, que se pueden tener presentes en el acompañamiento[5] se hace necesario tratar de encontrar una definición sobre los que nos interesa en concreto: el acompañamiento espiritual, teniendo presente que Luis de Montfort, aunque creció en ambiente de Dirección, siempre logró llevar su propio ritmo, con lo que sólo se permitió dejarse acompañar y ser acompañante en cuanto a la distancia con su director y acompañados que le hizo realizarlo casi todo por correspondencia, desconociendo con certeza la experiencia de acompañamiento con los que caminó en las misiones, sus discípulos más cercanos. El acompañamiento junto con el diálogo clarificador, es comprendido hoy como una estrategia para la construcción del sentido de vida y por ello implica ser compañero de camino.[6] San Luis era un caminante, un peregrino en su hacer y su ser mismo, y desde allí asume el acompañamiento de la que sería religiosa, de los que serían siempre miembros de la Compañía de María. Por el camino les animaba y orientaba y, nada raro que en los retiros les instruyera.

De aquí pues, que el acompañamiento se base en una búsqueda, un deseo y un compromiso. La búsqueda nace en el interés por encontrar respuestas a inquietudes, por lo que el proceso se da entre la claridad y la confusión aparentes, enmarcados en una historia propia de la relación con Dios y su entorno.[7]

Así, el acompañamiento es “el espacio fundamental para que la gracia de Dios pueda acontecer, es decir, en el acompañamiento Dios toma la iniciativa del encuentro.”[8] Por consiguiente el acompañante, es instrumento de Dios, y deja que Dios acontezca en el acompañado, que el acompañado se encuentre con Dios en un proceso de confrontación y discernimiento. Es más, el acompañamiento jamás es una terapia psicológica –advierten los autores-, aunque sea terapéutico, pues es el encuentro con Dios el que transforma y ordena. El acompañamiento tiene en cuenta, como sabemos, que el protagonista real es el Espíritu de Dios, que va guiando y orientando al ser humano en particular hacia Dios mismo, como lo ha hecho siempre con la Iglesia desde los tiempos apostólicos (Ver Hechos de los apóstoles).

Para tener en cuenta en el acompañamiento

Si nos detenemos a indagar sobre estos apuntes en la vida de san Luis realmente fueron posibles, sin embargo, aquí tan sólo las enuncio para reflexionar y meditar en nosotros mismos.

Claridad. Aunque se realicen estrategias y herramientas psicológicas en el acompañamiento, jamás es este una acción terapéutica. Es el encuentro de dos creyentes ante Dios para descubrir su voluntad. Esto evita tensiones y confusiones. Es un diálogo entre creyentes.

No basta la buena intención. Nadie da de lo que no tiene. Quien acompaña es porque vive el acompañamiento. Esto facilita el encuentro de la persona con Dios

Límites. En toda relación humana los principios mínimos fijados facilitan el desarrollo y claridad de lo que se pretende o busca. Estos límites dan transparencia al proceso.

Intenciones. Clarificar las intenciones que se tiene. Es el acompañamiento el espacio privilegiado del encuentro entre creyentes con Dios. Es necesario el diálogo entre Dios y el acompañado, entre Dios y el acompañante: oración – discernimiento.

Roles. Los autores proponen tres tipos de roles falsos presentes en toda relación: perseguidor, salvador y víctima. Los primeros, son quienes quieren corregir al mundo y dicen qué está o no correcto, para todo tienen una palabra y una acción. Si las cosas, algo o alguien no salen como piensa, o se le oponen entonces asume un nuevo enemigo natural. Sólo ven defectos y fallas en lo otro y los otros; expresan: ¡¿no te lo dije?!, eso te sucede porno hacerme caso, ¡fíjate! Yo te avisé, como no le creen a uno, ahí tiene por… Los segundos, quieren cuidar a todo el mundo, siempre quieren ayudar y de alguna manera terminan desvalorizando toda iniciativa y creatividad de los otros; generalmente son quienes necesitan afecto, pero no lo saben pedir ni recibir y terminan dándolo a los otros, más de lo necesario, crean dependencias afectivas; expresan: tengo que ayudarlo, es que … me necesita, yo soy el único que le entiende o ayuda, ¿qué voy a hacer por esta persona?, es que es tan frágil… Los terceros, hacen de su vida una incapacidad, es ésta el resultado de los demás, no asumen sus propias responsabilidades, por lo que siempre tienen disculpas y justificaciones para no cambiar su vida y e hacen impotentes ante nuevas situaciones, decisiones y opciones; se expresan así: Uno bruto como yo quien los contrata, a mi siempre me pasa esto, que mala suerte tengo, soy un salado, nada me sale bien, nuevamente me pasa y a mi precisamente, ¿cómo salgo adelante si no tengo…?

Estos roles son asumidos con afán consciente o no, por muchas personas, hasta nosotros mismos pasamos de uno a otro rol. Las relaciones entre estos roles pasan de menos a más o de más a menos, o de menos a menos. Sin embargo, en el acompañamiento se trata de un encuentro de dos creyentes, entre dos personas, creyentes, entre dos “yo”: más-más, “yo”-“yo”[9]. Esto hace posible hacerse compañero de camino, tomando como referencia iluminadora la experiencia del Resucitado con los discípulos de Emaús, quienes están en el papel de victimas, exponiéndose a aceptar un perseguidor o un salvador dependiendo de éste. Jesús se mente en el camino de los discípulos y establece una relación de persona a persona, de resucitado a resucitado, actuando como un espejo que refleja y lleva a tomar conciencia a los discípulos de los sucedido, preparando con ello el terreno para la resurrección.


Lo que NO es el acompañamiento.

Las características mostradas aquí, se presentan de manera positiva desde lo que es el acompañamiento.

- Dirigir. Se va a ritmo del acompañado. Se trata de acompañar la acción del Espíritu, sin jerarquías. Dirigir produce en el acompañado: resistencia, dependencia, pasividad y rebelión.

- Normativizar. La configuración en el acompañamiento es con Cristo, por ello se confronta la historia personal con Dios. Normativizar produce: miedo, sumisión, rabia, hipocresía y resentimiento.

- Sermonear. Quién descubre lo que no va bien en la vida es el mismo acompañado en la medida en que la gracia actúa, no lo hace el acompañante, quien debe orar para que acontezca Dios en la persona. Moralizar y sermonear produce: sentimiento de culpa, mecanismos de defensa, incredulidad, rabia en indiferencia.

- Aconsejar. Como el acompañante se ve movido a no callar, su tarea está en descubrir el paso a dar del acompañado en su encuentro con Dios. El mayor bloqueo del acompañado es el EGO (yo mismo, mi egoísmo), por ello ante una situación es él quien maquina la solución desde su perspectiva. Esto evita que e acompañado se desligue de su propia responsabilidad con su propia vida. Al acompañado no se le debe hacer fuerza para convencerlo, pues es vulnerable. Aconsejar produce: dependencia, inferioridad, quita creatividad, no profundizar en el problema, cansancio, no resolver nada y ponerse a la defensiva.

- Juzgar. No se trata de actuar como juez. No se evalúan resultados, se confronta; es decir, se muestra las diversas perspectivas, las diversas realidades que subyacen sobre la que se muestra para descubrirlas e interpretarlas. Se prepara al acompañado para que pueda ver de diferente manera una realidad. Juzgar produce: inseguridad en sí mismo, baja autoestima e inferioridad.

- Interpretar. El centro del acompañamiento es el acompañado en su encuentro con Dios. Por ello, el proceso no le corresponde al acompañante por muy preparado que sea. Interpretar produce: actitud amenazante, frustración, miedo a comunicarse, inferioridad y falsa seguridad.

- Consolar. Aunque el encuentro con Dios sea doloroso, el acompañante debe dejar que suceda, sin ponerse en el papel de salvador. Las lágrimas son signo del encuentro con Dios y el dolor una manera de expresar lo que e lleva dentro –expresan los autores-. Es fructífero el encuentro cuando se ve en silencio el dolor sanador del otro y no se interviene. Este silencio que acompaña es mediador de la gracia. Consolar produce: represión de los sentimientos, falsa seguridad, retroceso en el proceso, manipulación del acompañante y sentirse digno de lástima.

- Investigar. No se trata de interrogatorios para saber intimidades o detalles de la realidad del acompañado. El silencio es importante aquí. Las preguntas han de ser generales y abierta, que den apertura al acompañado para expresar lo que estén dispuestos a compartir. Investigar produce: miedo, inseguridad, silencio, mentira y tendencia a esconderse.

- Ponerse como modelo. El acompañante no es modelo de nadie. El único modelo es Cristo Jesús. No se debe caer en la tentación de hablar de la propia cosecha. El proceso de cada ser humano es diferente, aunque se parezca. Esto produce: inseguridad, heteronomía, rechazo, debilidad, desconcierto y falta de respeto a la propia individualidad.


LA DINÁMICA DEL ACOMPAÑAMIENTO EN LA PERSPECTIVA DEL RESUCITADO

Hacerse compañero de camino

La propuesta de Arango y Meza, parte desde el episodio de los caminantes de Emaús en que el Resucitado se hace compañero de camino. Aquí, pedagógicamente, acompañante y acompañado entran en un proceso de aprendizaje, construcción, designado con la palabra SABER, es entonces, el camino de Saber acompañar.

Primer momento: SABER PREPARAR. Ver Lc 24, 13-16. El resucitado buscó su lugar en la conversación, en el camino. Es compañero de camino desconocido, imperceptible. Entonces se acerca y sigue con ellos, va al ritmo del acompañado. Entonces, esto implica determinar modos y tiempos oportunos para “llegar” al proceso del acompañado. Actitud: PRUDENCIA.

Segundo momento: SABER INICIAR. Ver Lc 24, 17a. Es acercarse para escuchar. Atender a lo expresado para realizar preguntas inteligentes. El resucitado hace una pregunta “ingenua” pero precisa y eficaz, como herramienta para que el acompañado realice su interiorización.

Tercer momento: SABER DIALOGAR. Ver Lc 24, 17b-24. Esto es encarnar la palabra en la realidad de los compañeros de camino. Se trata de permitir que el acompañado exprese su palabra desde su realidad, así el corazón arde y se restaura el rostro de Dios en él y sus hermanos en procesos de autocomprensión y comunicación. Ellos cuentan su historia como la sienten y viven. El resucitado sólo escucha, sin intervenir, entiende la historia contada en su globalidad.

Cuarto momento: SABER CONFRONTAR-DISCERNIR. Ver Lc 24, 25-27. Se necesita lucidez crítica ante el anuncio del Reino frente al anti-reino. Es contar la misma historia desde aquella clave aún no considerada. El resucitado are posibilidades y da herramientas de comprensión desde otra perspectiva. Ver la realidad con esperanza.

Quinto momento: SABER CELEBRAR. Ver Lc 24, 28-30. Celebrar recupera la festividad y capacidad de apreciar las situaciones con más claridad. Donde la relación más-más hace testigos de la resurrección y acción de Dios. Es el momento de compartir, agradecer, orar, alabar.

Sexto momento: SABER DECIDIR-TESTIMONIAR. Ver Lc 24, 33-34. El otro se hace testigo, la palabra se hace posibilidad de Vida, donde se tiene la posibilidad de mostrar que el Señor está vivo.

Séptimo momento: SABER RECUPERAR-SISTEMATIZAR. Ver Lc 24, 35. Es recuperar la historia, hacerla conciente, recuperar las narrativas. Se entiende la propia historia, sujeto de la acción de Dios.


Octavo momento: SABER FINALIZAR. Ver Lc 24, 31-32. Se desaparece para que el otro surja y asuma nuevamente su vida, sin generar dependencias, dejando el corazón encendido y resucitado.




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[1] COMPAÑÍA DE MARÍA. Juntos… tras las huellas de los apóstoles pobres: formación para la vida montfortiana. Roma: Abilgraph. 2005, p. 93-94, 146-147.
[2] Ibid. 148-151
[3] Ver Ibid, 55
[4] Ibid. 51-52
[5]Ver articulo sobre La dirección y el acompañamiento en la experiencia de San Luis María de Montfort
[6] ARANGO ALZATE, Oscar Albeiro y MEZA RUEDA, José Luis. El discernimiento y el proyecto de vida: Dinamismos para la construcción de sentido. Colección fe y universidad. Bogotá D.C: PUJ. 115 p. ver p. 59-85
[7] Ver Ibid. p. 63
[8] Ibid
[9] Los autores citados: Ibid. ARANGO ALZATE y MEZA RUEDA hacen la propuesta de un encuentro de relación “yo”-“tu”. Sin embargo, teniendo presente a Jolif, la propuesta que hago es ésta, dado que las relaciones con el otro, lo otro y lo totalmente otro son a la par, de más - más –en la expresión ya conocida–. Por ello, al tratarse de dos personas, cada quien es un “yo” y a su vez un “tu” que se relaciona con otro que es también “yo” y “tu”. La construcción en el encuentro que se da en los niveles de más-más sugiere más bien lo que propongo. Ver JOLIF, J.Y. Comprender al hombre: Introducción a una antropología filosófica. Salamanca: Sígueme, 1969. p. 149-308. La antropología de Jolif es de origen judío y muy cercana, aunque es de tipo filosófico, a la antropología teológica; lo cual ubica la mirada cristiana en la visión del hombre completo a partir de las categorías filosóficas como una estructura formal de la reflexión antropológica, que presentan un movimiento interno en que, la totalidad (1ª categoría) tiende a constituirse dentro de la alteridad y la diferenciación, donde la dialéctica debe encontrarse a través de la totalidad, desembocando en la metafísica como la apertura de la experiencia a su más allá.

HACIA UN ACOMPAÑAMIENTO A LO MONTFORT

LA DIRECCIÓN Y EL ACOMPAÑAMIENTO EN LA EXPERIENCIA DE
SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT

Por: Edinson Orlando Herrera Bedón, smm

En el tiempo de San Luis de Montfort, quien se disponía a camin
ar hacia la santidad en su formación como sacerdote tenía un director espiritual que le guiaba. San Luis participa de este contexto y tiene a su lado a personas capaces de hacerle ir por senderos seguros. Su radicalidad le permite hasta en obediencia ciega caminar según indicación del director, hasta el cansancio del mismo, como atestiguan sus biógrafos, dadas las inquietudes continuas que le salpicaban el corazón. Hasta en lo más pequeño era muy sumiso al director espiritual, que hasta pregunta si lo que hacía, estaba bien (ver C 6. 9. 10).

Una clave

Para este análisis de la experiencia del acompañamiento y la dirección espiritual en San Luis de Montfort, se tiene presente el texto: “La dirección espiritual” de José María Iraburu (Fundación “gratis Date”), quien afirma que el punto de partida para dejarse acompañar por otros es la humildad, sin la cual una persona no se somete a permitir que otro le ayude, le guíe, siendo por otra parte, la clave para el florecimiento de las vocaciones en las iglesias locales y comunidades religiosas. Es esta virtud, la fuente de la santidad que el cristiano busca en últimas a través del acompañamiento o la guía espiritual.

Esta virtud es un componente indispensable para permitir que Dios pueda guiar la vida de su criatura hacia él, comprensión que San Luis llevaba en su corazón como lo deja ver en su vida al acudir desde niño a la Buena Madre en la oración del rosario y al querer conducir por los mismos caminos a su hermana Guyonne Jeanne con argumentos persuasivos, luego le vemos manifestar eso en concreto una vez deja todo al cruzar el puente Cesson para dirigirse a París. Su humildad ha adquirido un espíritu benévolo y solidario en la atención al necesitado. Más ya siendo seminarista y aún como sacerdote, se somete en todo a su director espiritual, confía plenamente en su palabra como la orientación del designio de Dios.

La humildad para San Luis de Montfort es un fruto inextinguible de la Sabiduría Eterna y de la Verdadera Devoción, necesaria para la plenitud del ser humano, pues María le ensancha el corazón (al hombre) al infundirle su humildad (SM 57; VD 2) y la de su hijo (ASE 125; CT 8,7; 130, 4). San Luis incluye en su oración su corazón humilde ante la grandeza de Dios (Ver ASE 1, C 6, CT 8) y no deja de aconsejarla a quienes se relacionan con él (C 1, 7, 1213, 14, 26, 32). Esta humildad conlleva al espíritu de obediencia, por el cual la persona se deja guiar, le permite salir de sí mismo –como en la experiencia de Poitiers, la de Pontchâteau, y otras– entregándose más pronto a la voluntad de Dios (SA 7-10; ASE 211. 215; RS 208-215). A los miembros de la Compañía de María les expresa: «Obedecen a su director espiritual –que es siempre de la Compañía– en el gobierno de sus conciencias, explayando ante él su corazón como el agua, con entera confianza, no haciendo ni omitiendo nada considerable sin habérselo hecho saber y sin haber recibido su aprobación o permiso.» (RM 20)


DIRECCIÓN O ACOMPAÑAMIENTO

Para Iraburu, existe diferencia entre el acompañamiento espiritual y la dirección espiritual, cada vez más poco común en el mundo actual. “El trato personal de un sacerdote o de cristiano experto en espiritualidad, con otro cristiano que busca la perfección puede revestir modalidades muy diversas y valiosas, que no siempre, sin embargo, responden al concepto pleno de la dirección espiritual.” –Afirma el autor citado– Para él, acompañar espiritualmente se centra en lo relacional y lo buscado por quien se acerca buscando aclarar dudas, desahogarse, confrontar, consultar, pero sin llegar a dejarse guiar del todo. Por tanto el acompañamiento, “en sus diversas modalidades, es algo pastoral, y espiritualmente bueno, puede ayudar mucho a una persona en su camino espiritual y, en todo caso, es lo mejor que puede hacerse, en no pocas ocasiones concretas, al servicio espiritual de una persona”. Aquí una inclinación no directiva del director, o su deficiente o carente capacidad para acompañar le restan eficacia pastoral y formativa.

Por su parte, nos aclara Iraburu, la dirección incluye el acompañamiento, siendo mucho más que este. La dirección “nace de una gracia especial de Dios, por la cual el cristiano se siente inclinado en conciencia a dejarse instruir y guiar por otra persona”, lo cual grandes santos y maestros de la Iglesia han comprendido en clave de obediencia, basta mirar las cartas de San Luis a su director espiritual, el P. Leschassier para comprenderlo. Ya desde antiguo, en la Iglesia se ha entendido que “la busqueda de la perfección evangélica debe hacerse, si es posible, procurando la ayuda de un maestro espiritual” para no verse «abandonado a los deseos del propio corazón» (Rm 1, 24), recuerda el autor.

La dirección espiritual, en efecto implica un deseo profundo por la santidad, tanto en el dirigido como en el director, quienes se encuentran para buscarla y caminar hacia ese fin
*. El director espiritual se esfuerza por llevar a la persona que orienta hacia la perfección; como Jesús atiende diversos grupos concéntricos en los cuales hay un número reducido o especial a quienes forma y enseña en particular. En Montfort, se nota con claridad este deseo al atender a muchos pobres, pero escogiendo a algunos para dirigirlos a la santidad de manera especial, como lo intenta hacer cuando conforma una comunidad de la Sabiduría en el hospital de Poitiers con mujeres lisiadas, pero de manera especial lo hace con Maturin, con Maria Luisa Trichet, y en cierto modo con Catalina Brunet, a quienes instruye y dirige en la solidez de su espiritualidad. Para Luis de Montfort, como se citó, es claro que el director espiritual es quien gobierna la conciencia del religioso (Cfr. RM 20), por lo cual se le debe obediencia, que es «fundamento y apoyo inquebrantable de toda santidad y de todos los frutos que Dios produce y producirá por su ministerio» (RM 19), como en la Compañía de Jesús. Él ha aprendido ésta orientación de la Dirección espiritual en su contexto desde el seminario de San Sulpicio, aún con su manera particular de ser y de asumir su deseo de ser un buen sacerdote. Allí donde le asignaron un “al director más apto para reducir al máximo sus excentricidades mediante humillaciones inverosímiles para nosotros”, hasta que al cabo de seis meses “el maestro domador tuvo que reconocer su fracaso”, nos recuerda el P. Perouas en las obras completas (p. 48), pues para los sulpicianos, Luis Grignion seguía siendo un enigma. Lo confirma luego el P. Leschassier: «Me ha parecido constante en el amor de Dios… pero… en su exterior tiene algo singular…»

CUALIDADES DEL DIRECTOR ESPIRITUAL

El cuidado en la dirección espiritual como un don divino, sugiere que quien realiza esta labor tiene ciertas gracias naturales y espirituales que son garante de una dirección auténtica.

1. Ciencia. Aquí, se hace referencia a la buena doctrina, a un director letrado, en cuanto a su conocimiento de los caminos del Espíritu capaces, sin titubeos ni relativismos, de alejar a su dirigido del pecado y conducirlo a la gracia.

Para Luis de Montfort, es claro que el miembro de la Pequeña Compañía, dedica buen tiempo a su preparación en el estudio, la oración y el retiro (ver RM 78) para perfeccionarse más y más en la ciencia de la predicación y del confesionario (RM 35) que implican el cultivo de la buena doctrina y de la vida espiritual propia, hábito que él mismo asume desde su vida de seminarista y que realiza con mayor empeño mientras trabajó como bibliotecario y, que luego, deja consignado el fruto de su estudio y práctica espiritual en sus escritos , en los que deja ver la sobriedad de su corazón en el conocimiento y la práctica de la buena doctrina y hasta enseña una camino espiritual como fruto de ella. Por su parte, al ver las cartas suyas a su director espiritual se puede reconocer que se trataba de hombres profundamente confiables y adentrados en la vida espiritual.

2. Experiencia. Quien ha dado pasos y va adelante en su experiencia espiritual encaminada a la perfección, resulta ser en Cristo una luz preciosa a quienes buscan la santidad, especialmente posee los dones intelectuales del entendimiento, consejo, sabiduría y ciencia, que le capacitan para discernir y aconsejar según los designios divinos con libertad de todo apego.

De Montfort, se distingue esta capacidad en cuanto es un hombre que más allá de los dones intelectuales mencionados está en una continua búsqueda de la Sabiduría Eterna y Encarnada, pidiéndola no sólo él, sino rogando a otros para que intercedan por él en su propósito (C 13-16) y aconsejando en las misiones a las personas a buscarla (así lo expresa «aconsejando a infinidad de personas» en la C 11) y recomendando esta acción en sus escritos, mostrando su aventajada experiencia espiritual. Con ello, Montfort puede asumir con serenidad profunda los contratiempos y los rechazos como las dificultades más duras (ej. la orden de destrucción del Calvario de Pontchâteau). En el camino que realiza quiere que muchos se enlisten, para lo cual conforma cofradías (Ver C 21, y diversas Reglas) y grupos como frutos de las misiones en que buscaba renovar el espíritu del cristianismo en las gentes (RM 56)

3. Oración. El director espiritual es un hombre de oración, lo que le permite estar en contacto con Dios, con su gracia. Le permite ser un intercesor de sus acompañados. Se trata de un hombre de fe capaz de pedir a Dios con perseverancia y con firmísimo esperanza que, por bondad de Dios, se obren los milagros de la gracia. La oración constante por sus dirigidos es función esencial del directo espiritual, expresa el P. Mendizábal, citado por el autor.

Para San Luis de Montfort, la oración constituye un elemento esencial en la vida del misionero, como se vio arriba. Es más, recomienda incluso la oración por él. Es decir, que no sólo él, quien dirige el camino de las religiosas (como se ve en sus cartas), necesita de la oración. También ellas deben orar por él con insistencia, sobre todo para poder alcanzar la Sabiduría, de la cual es un incesante orante (Vgr. C 15), tanto así, que es la oración Constante, el segundo medio para alcanzar la Divina Sabiduría (ASE 184-193), por cuanto es un bien mayor y no tan fácil de alcanzar; es la para Montfort, la oración, “el canal por el cual Dios comunica ordinariamente sus gracias, y de modo especial la Sabiduría” (184). En este contexto, la oración, para Montfort tiene unas características que lo son propias y le dan eficacia en el pedir la Sabiduría como son: la fe viva y firme (185), la fe pura (186-187), la perseverancia y constancia (188-190), y la experiencia de la oración vocal unida a la oración mental (193), en especial por el rezo del Santo Rosario.

Por su parte, es un hombre que va más allá de la sola contemplación. Luis de Montfort es un hombre que vive en medio de la tensión entre el apostolado y la contemplación como él mismo lo narra en su carta a su Director espiritual Leschassier (C 6) y, como se deja ver le lleva ante la duda (C 5), que además se nota en sus escritos; así lo hace notar Louis Perouas, smm, en las Obras completas (p. 63) citando dos escritos más o menos de la misma fecha:
“En su carta Circular a los Amigos de la Cruz, describe a sus discípulos «como intrépidos y valerosos guerreros en el campo de batalla, sin retroceder un solo paso…» Y les grita: «¡Ánimo! Luchen con valentía» (AC 2). Pero en el Tratado de la Verdadera Devoción los describe de manera muy distinta: al igual que Jacob, «permanecen asiduamente en casa con su madre, es decir, aman el retiro; gustan de la vida interior, se aplican a la oración, a ejemplo y en compañía de su Madre, la Santísima Virgen, cuya gloria está en el interior» (VD 196)”

Luis es un hombre amante del Retiro y la oración, sobre todo de la contemplación, capaz de transformar corazones, como cuenta su historia del día en que en Montfort, en lugar de predicar un pomposo sermón se dedicó desde el púlpito a realizar su meditación ante la imagen del Señor crucificado… Esto en la acción. De hecho a sus discípulos les llama ambiguamente “apóstoles de los últimos tiempos” (VD 55-59), nos recuerda Perouas:



“Pero, ¿qué serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán fuego encendido (Sal 104 [103],4; Heb 1,7), ministros del Señor que prenderán por todas partes el fuego del amor divino… Llevarán en el corazón el oro del amor, el incienso de la oración en el espíritu, y en el cuerpo, la mirra de la mortificación. Serán en todas partes el buen olor de Jesucristo (ver 2Cor 2,15-16) para los pobres y sencillos; pero para los grandes, los ricos y mundanos orgullosos serán olor de muerte… Por último, sabemos que serán verdaderos discípulos de Jesucristo. Caminarán sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, y enseñarán la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al santo Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas; sin perdonar, ni escuchar, ni temer a ningún mortal por poderoso que sea”.

“Llevarán en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios (Heb 4,12); sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado de la cruz; en la mano derecha, el crucifijo; el rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo”. (OC p. 64)

4. Discernimiento Adquirido y carismático. Aquí, Iraburu, aclara que la capacidad de discernir puede ser adquirida o infusa. Por adquirido refiere al arte especial de examinar los diversos movimientos del alma, en lo cual se busca discernir si vienen: 1) del Espíritu Divino, 2) del espíritu del diablo o del mundo o, 3) de las inclinaciones, deseos y temores de la propia carne. Este discernimiento, necesita de dotes psicológicas por parte del director espiritual y le ayuda las reglas del discernimiento de espíritus brindado por San Ignacio, aunque por ser una cualidad adquirida puede ser falible, lo que implica que se corra con el riesgo de perjudicar a la persona sin pretenderse o se le puede hacer mucho bien, siempre y cuando el director carezca de todo apego personal desordenado. A este respecto, los directores espirituales de San Luis de Montfort son hombres con experiencia puesto que son jesuitas y conocen las reglas del discernimiento de espíritus de su fundador y algo han debido transmitirle de ello en su juventud. Montfort crece en su escuela (la de los jesuitas) y más tarde inicia su camino en la de los sulpicianos, que se esmeran por hacer respirar a sus estudiantes a Jesucristo, lo cual propone en sus directores espirituales una estricta preparación para llevar a los jóvenes hacia tal fin. En esto Luis María, no se queda atrás, pues más allá de sus estudios que le imprimen la teología beruliana asumida por Olier, se dedica de manera especial a recoger citas de autores secundarios –según cuenta Blain–: “Le interesa más la ciencia de los santos que la teología”. Por consiguiente, Luis de Montfort asume el acompañamiento orientado por la experiencia de los santos que conoce y consulta. Conoce entonces las reglas clásicas del discernimiento en camino de santidad proponiendo un itinerario único en María, el camino seguro, corto, fail y perfecto para llegar a Jesucristo, la Sabiduría Eterna y Encarnada del Padre (VD 55. 152-159) en una actitud de absoluta disponibilidad a la acción divina. Por su parte, Luis de Montfort deja ver en su carta 5 algunos elementos claves para el discernimiento a fin de distinguir la profundidad de sus inquietudes e intenciones
*: a. observa los movimientos de su alma y de las señales de los tiempos; b. refleja una oración continuada; c. tiene presente su abandono a la Voluntad divina con espíritu de imparcialidad y, d. mantiene una dócil obediencia a su director espiritual. A su vez, en el Diccionario de la Espiritualidad montfortiana se enumera, no sistemáticamente –pues Luis de Montfort no muestra un camino preciso–, unos criterios a tener presentes en el discernimiento de la voluntad divina (Ver p. 360) que se reflejan en la vida y experiencia de Luis como acompañado y acompañante. Solo se tiene como dato explícito del discernimiento y la dirección realizada por él lo que pide a las Hijas de la Sabiduría en su madurez misionera y sacerdotal en la carta 32 (31 de diciembre de 1715): escribirle mensualmente acerca de sus principales tentaciones, cruces bien llevadas y victorias sobre sí mismas. Con estos criterios, parece que Montfort descubre, junto a la Espiritualidad misma que viven sus hijas, el camino más sencillo y práctico para obtener criterios integrales en la dirección de la vida de cada religiosa.

De otro modo, el discernimiento carismático, por ser una gracia especial dada por Dios, es infalible, en cuanto permite encontrar la voluntad divina. Es un discernimiento otorgado a los santos, por lo que es un carisma infrecuente, que se adquiere en función de los otros más no para sí mismo, o para sí mismo y no para los demás, mientras en el dirigido, se cultiva el espíritu de obediencia. A este respecto, el P. de Montfort leído hoy, es sin duda, un hombre con excepcional carisma para el discernimiento, hasta el punto de parecernos inexplicable su actuación al obedecer ciegamente, según su parecer y comprensión personal, no a su director espiritual, sino a la señora de Montespán, como signo de voluntad divina una vez se había “entrevistado en varias ocasiones privadamente” con ella (C 6). Esta obediencia en su ser, ciega, como así la llama, le facilita a este buscador y discípulo de la Sabiduría eterna, un discernimiento particular y sin falta en su caminar; con el mismo logra encontrarse con Maturin, con Maria Luisa y con Catalina, a quienes sin titubear y sin equívoco selecciona para formar parte de la extensión de su labor misionera en un discernimiento espontáneo y poco particular con el que se permite luego acompañarlos y dirigirlos en una vida consagrada al servicio de los pobres y de la misión de la Iglesia. Este discernimiento carismático le lleva a ser un hombre lleno de serenidad al confirmar la situación en torno al calvario de Pontchâteau, que quedó sin inaugurarse y bajo la orden de ser destruido.

5. Comunicar la propia vida. Lo normal en el ejercicio del director espiritual –expresa Iraburu­– es que comunique a quienes se le confían su propia vida espiritual, sus modos devocionales que vive o intenta vivir, secundando el don de Dios. De la misma manera en los padres hacen con sus hijos. Con esto, muchas de las gracias divinas que recibe el director son comunicadas a sus hijos espirituales, sobre todo al comienzo del camino espiritual del dirigido. De hecho, Luis de Montfort, dice el autor, “insiste en que se ore y obre todo con la Virgen María, en ella, por ella, para ella” para así orar y hacerlo todo en, con, por y para Jesucristo, la Sabiduría del Padre, sin ser esto una presión indebida sobre la liberta del cristiano. Por ello, la renovación constante que vive Luis de su vida cristiana, es transmitida a sus hijos e hijas, y además, en las misiones a las personas en general, en un servicio que desemboca en cada persona a favor de los necesitados de su tiempo. Bien se puede notar el interés de Montfort, no sólo por comunicar su vida e itinerario espiritual, sino también por exhortar a mantenerse en ese espíritu, en sus cartas a los habitantes de Montbernage, a los Asociados Amigos de la Cruz, y en sus orientaciones a los grupos de Penitentes que iba fundando en las misiones.

6. Guardar la libertad del cristiano en la docilidad al Espíritu Santo.
Es esta una norma suprema que complementa la anterior, puesto que el agente, guía y monitor de los corazones es el Espíritu divino y no las personas, ni el director espiritual. Esto permite no acomodarse al antojo propio, reconociendo y estando atento a la acción de Dios, que conduce a cada quien por diferentes caminos, por lo que cada persona encuentra una manera propia de camino en la fe, y no puede ser introducida u obligada sin mayor discernimiento sobre las acciones o el camino a tomar por el hecho de que es lo que se hace ahora, o por ahí van todos los acompañados, o porque al director le gusta que sea por ese sendero. Por ello, aconseja Santa Teresita que el director abandone sus gustos personales, sus ideas, distinguiendo el camino por el cual Jesús conduce a cada persona. Por ello, no ha de retener las personas bajo su influjo, como apropiándose de ellas, o pretender que puede ayudar a todos en los diversas fases de su crecimiento, o evitar que consulten con otros. Esta cualidad, la tiene presente Luis de Montfort en su comprensión de ser un hombre “libre con la libertad de los hijos de Dios” y las manifestaciones que pide a los misioneros en su vida y actitud personal en la Súplica Ardiente: libres, disponibles, arriesgados, esclavos, sin manchas o apegos, entre otros, para estar siempre prontos y atentos a la Voluntad divina.

Actitudes del dirigido
El dirigido, como conocemos en Luis María, y como se ha esbozado, ha de cultivar y tener actitudes como la voluntad firme de santidad y solo buscar eso en su deseo por dejarse guiar en su camino de vida espiritual, cosa que pretendía San Luis sin reparos; también un espíritu de fe para ver a Cristo en el Director espiritual, pues su servicio lo realiza en nombre de Cristo quien está presente donde haya dos o tres y además ora por su acompañado. Aquí el director es visto por Luis como quien tiene en su responsabilidad la voz divina. Esto sugiere que el encuentro con el Director sea en ambiente intensamente religioso. Otra actitud importante es la sinceridad de corazón, para manifestarle todo al director, de manera que no se oculte nada importante o significativo en las personas, y que no exista una voluntad de ocultar, sino que al contrario se disponga la persona a vivir la verdad consigo misma para liberarse y disponerse a la perfección cristiana, cuestión que asume Luis María en su deseo de santidad cuando cuenta en sus cartas hasta algunos pormenores a su director espiritual con el fin de esclarecer mejor las situaciones. Finalmente, la actitud de obediencia que hace del cristiano una persona dócil a la acción divina en su corazón, como lo busca continuamente Montfort.



* Este es el espíritu que acompaña la formación de Luis María en San Sulpicio, nos relata Benedetta Papasogli en su obra citando en primer lugar a San Vicente de Paúl acerca de los seminarios en París: "Hay en París cuatro casas que hacen lo mismo: el Oratorio, San Sulpicio, San Nicolás del Chardonnet y la Gueuserie-des-bons-Enfants. Los de San Sulpicio tienden y miran en todo elevar los espíritus, a destruir los afectos terrenos, a llevarlos a las grandes iluminaciones y a los sentimientos elevados;...”, en segundo lugar a Olier quien afirma acerca del Seminario: "El primero y último fin de este instituto es vivir soberanamente para Dios, en Jesucristo nuestro Señor, de modo que sus disposiciones interiores penetren en lo más íntimo de nuestro corazón y que cada cual pueda decir de sí mismo lo que de sí afirmaba san Pablo: "Vivo yo: no, no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí". Esa será la única esperanza de cada uno, la única meditación, el único ejercicio: "vivir interiormente de la vida de Cristo y que ésta se manifieste en nuestro cuerpo mortal". PAPASOGLI, Benedetta. Un hombre para la última Iglesia. Bogotá: Centro Mariano Montfortiano, 1993. p. 84



* Ver Artículo sobre el Discernimiento en Diccionario de la Espiritualidad Montfortiana. Escrito por A. Van der Hults.